Tess Merrell había amamantado a tres bebés y no esperaba tener problemas con el cuarto. Pero tras un mes de lucha con la recién nacida, contrató a Melanie Henstrom para que la ayudara.
Henstrom, asesora de lactancia, identificó al culpable: la lengua de la bebé estaba anclada al suelo de la boca. Se trataba de un problema común, dijo, que podía solucionarse con una intervención rápida en el consultorio de un dentista.
“Se anunciaba como un remedio milagroso”, dijo Merrell, entrenadora de fútbol de Boise (Idaho).
Henstrom recomendó a un dentista, que en diciembre de 2017 hizo un corte bajo la lengua de la bebé con un láser. A los pocos días, la bebé, Eleanor, se negaba a comer y se había deshidratado peligrosamente, según muestran los registros médicos. Pasó su primera Navidad conectada a una sonda de alimentación.
Desde hace siglos, las parteras y los médicos cortan los frenillos linguales para facilitar la lactancia. Pero la popularidad de este procedimiento se ha disparado en la última década, cuando las mujeres se ven sometidas a una presión cada vez mayor para amamantar.
Según una investigación de The New York Times, las asesoras de lactancia y los dentistas promueven agresivamente estas intervenciones, incluso en bebés que no presentan signos de una verdadera lengua anclada y a pesar del leve riesgo de complicaciones graves.
Una pequeña parte de los bebés nacen con un haz de tejido que une la punta de la lengua al suelo de la boca. En algunos casos pronunciados, los médicos cortan ese tejido. Sin embargo, muchos frenillos son inofensivos, y las pruebas de que cortarlos mejore la alimentación son escasas.
Lea más en The New York Times