Kevin Costner nació y se crio en un suburbio de Los Ángeles. Su padre, William, era un electricista con ascendencia aborigen. Su madre, Sharon, una trabajadora social en un ministerio. Kevin era el menor de los tres hijos del matrimonio. De chico, solo una actividad le interesaba menos que la actuación: estudiar. Fue un alumno del montón, aunque tomaba clases de piano y canto en el coro de la iglesia bautista, el mundo artístico no le interesaba. Sí era un gran deportista. En la adolescencia era un notable jugador de béisbol pero él prefería el básquet. Destacaba en el equipo por altura (1,85), por su habilidad al encestar y, fuera de la cancha, al momento de seducir compañeras.
Por Infobae
Al terminar el secundario se inscribió en la carrera de Marketing y Finanzas y al mismo tiempo comenzó a estudiar teatro. Cuando se recibió, se casó con Cindy, su novia del secundario que trabajaba como Blancanieves en Disney. En 1978, volviendo de su luna de miel en Puerto Vallarta descubrió que en el mismo avión viajaba el actor Richard Burton. El gran amor de Elizabeth Taylor había comprado todos los asientos a su alrededor para que nadie le hablase, pero Costner se animó a hacerlo. Con esa seducción que se convertiría en marca le comentó sus deseos de ser actor y también sus dudas. La estrella de Cleopatra le aconsejó abandonar el rentable y seguro empleo de marketing en una empresa para dedicarse de lleno a la actuación. “La felicidad solo llega si perseguimos nuestros sueños”, le dijo, y agregó: “Usted tiene ojos verdes. Tengo los ojos verdes. Creo que todo le irá bien”.
Costner y su mujer se instalaron en Hollywood y él retomó sus clases de actuación, pero como implicaban clases cinco veces por semana, su esposa le sugirió que renunciara a su empleo empresarial. Buscando trabajos con menor carga horaria, aceptó tareas de albañil, guía turístico, camionero y asistente de escena en unos estudios de cine. A la par, se presentaba a todas las pruebas para todos los papeles, pero los productores lo consideraban un actor malo y lo rechazaban.
Sin desanimarse, lo siguió intentando hasta que le ofrecieron un rol en la película Reencuentro para hacer de muerto. Lo aceptó. El director Lawrence Kasdam lo volvió a llamar para Silverado donde interpretó a un pistolero mujeriego. Siguió actuando en distintos papeles hasta que le llegó el inolvidable Elliot Ness en Los Intocables. Desde entonces, su teléfono comenzó a estallar de buenas propuestas. Fue un oficial de marina en No hay salida, un jugador de béisbol en Los búfalos de Durham y un granjero en Campo de sueños.
Su consagración llegó en Danza con lobos, el film que dirigió y realizó con Orion Pictures, la compañía que fundó. La película fue un éxito comercial y ganó siete premios Oscar. Sus dos producciones siguientes -JFK, dirigido por Oliver Stone y Robin Hood, príncipe de los ladrones, por Kevin Reynolds-, también fueron exitosas. Ni duro como Harrison Ford, ni sensible como Tom Hanks, ni musculoso como Sylvester Stallone, Costner lograba encarnar a un héroe con cerebro, moderno pero clásico.
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