Se suponía que éste era el año en que se iba a poner a prueba la disposición del chavo-madurismo de aceptar una contienda política en la que, de respetarse en un mínimo las reglas inapelables de juego, se abrirían posibilidades de cambio político. El 2024, año en el que corresponde convocar elecciones presidenciales, permitirá calibrar si Maduro había aprendido lo suficiente de sus pasados errores como para emprender una transición hacia un régimen más presentable, menos repudiado nacional e internacionalmente. Se trata de que ganarse los galardones –y conservarlos– que permitirían acreditarlo como un actor más digerible, que aparente un mínimo de seriedad, con quien se pudiese hacer tratos e, incluso, con quien líderes foráneos pudieran sacarse fotos sin manchar mucho su hoja de servicio.
No es poca cosa lo que está en juego. En momentos en que la descomposición del régimen se hace cada vez más palmaria, carcomiendo sus bases de poder y hundiéndolo aún más en el desprecio, recuperar un reconocimiento internacional suficiente como para readmitir a Venezuela en la comunidad financiera global se convierte, prácticamente, en un asunto de vida o muerte para la sobrevivencia de Maduro y cía. como opción política en el tiempo. No es sólo evitar que les reimpongan las sanciones. Es la posibilidad de emprender una negociación, laboriosa pero necesaria con sus acreedores internacionales, respaldada por el FMI –garantías institucionales de por medio–, para reestructurar la descomunal deuda externa que acumularon, sin la cual difícilmente pueda volver a ser apreciado el país como destino confiable de inversión. Y, con la ruina en que lo han dejado, no será posible revertir el desplome de su apoyo entre los venezolanos sin una fuerte inyección de recursos externos. De que aparezca cumpliendo algunas garantías democráticas, aunque sea en un mínimo, pende que puedan oxigenar sus posibilidades de permanecer en el poder. Desde luego, siempre pueden recurrir a la represión. Para eso cuentan con militares traidores, la complicidad de un tsj abyecto y los dispositivos de terrorismo de Estado montados con asistencia cubana. Pero ello es, precisamente, lo que los trajo a este punto de perdición, en el cual sus perspectivas futuras son cada vez más obscuras. ¿Cuánto tiempo más podrán durar en ese plan, sabiendo que las posibilidades de negociar su eventual salida, en términos aceptables para ellos, habrá de ser cada vez más difícil con el paso del tiempo?
En materia económica, Maduro arrancó el año muy mal. En su rendición de cuentas ante su Asamblea Nacional, luego de caerse a embustes con cifras de una supuesta “recuperación” el año pasado y de crecimiento esperado para éste, anunció, como si fuera un favor personal, haber decidido incrementar la bonificación de las remuneraciones públicas. Pero éstas no generan pasivos laborales y excluye a los jubilados. El salario mínimo sigue estando en unos tres dólares mensuales (¡!)
¿De dónde provendrán los recursos para estos bonos, cuando el Estado es incapaz de regularizar la prestación de sus servicios? Gastar los dólares adicionales que espera percibir mientras pueda vender crudo sin descuento –manteniéndose suspendidas las sanciones–, sin crear condiciones más favorables al suministro de bienes y servicios, forzosamente desemboca en mayores presiones inflacionarias. Se trata, obviamente, de un gasto con fines claramente electorales, una burbuja de “mejora” que Maduro espera perdure hasta ese momento.
Peor aún, quemar divisas escasas como medida antiinflacionaria, rezagando la subida del dólar, ha acentuado, significativamente, la sobrevaluación del bolívar. Mientras la inflación fue de 193% según el Observatorio Venezolano de Finanzas, el precio del dólar creció a la mitad, un 103%. ¿Cómo competir con la importación, cómo exportar, cuando los costos domésticos, en dólares, se duplican?
Para nada mencionó Maduro modificaciones en su absurda política de astringencia crediticia, que tanto perjudica al aparato productivo. Y los servicios siguen colapsados. No se escuchó propósito alguno de enmienda. No importa. El pillo recién canjeado, Alex Saab, ha sido puesto al frente de un parapeto dizque para atraer inversiones; el Centro Internacional de Inversiones Productivas de Venezuela (¡!)
Para mayor bochorno, volvió a culpar a los Estados Unidos por la tragedia que su propio (des)gobierno urdió sobre el país. Y, con un cinismo y un desparpajo aun mayor, acusó a esa nación de violar “todos los días … los derechos humanos” de Venezuela, al mantener vigentes las sanciones. Habrían causado un “genocidio económico” (¡!). En absoluto reconoce responsabilidad alguna en la destrucción del país, consumada por su desastrosa gestión antes de se le aplicaran las sanciones. Consecuente con esta proyección de sí mismo como víctima, mencionó haber desmantelado en 2023 cuatro conspiraciones golpistas, incluyendo planes para asesinarlo. No mencionó nombres, ¡pero presos están!
Pero sus despropósitos no terminaron ahí. En otra alocución, el pasado jueves, Maduro acusó a una “ultraderecha” de tener un “plan conspirativo” y “golpista”, ante el cual “se encontrarán con la furia bolivariana de un pueblo que sabrá defender su democracia, su Constitución y su derecho a la paz. No nos busquen, terroristas, extremistas, golpistas…”. Detrás de estos planes estarían la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) y la Agencia Antidrogas (DEA), las cuales “dirigen, financian y preparan” estas “acciones violentas” desde Colombia (¡!). No se dio cuenta de que inventar tal cosa sitúa a su aliado, Gustavo Petro, como cómplice (o tonto, al no saber lo que ocurre en el país que gobierna).
En este orden, desde la Asamblea Nacional chavista se anuncia la persecución de líderes opositores, culpándolos por la posible pérdida de CITGO. Ejercitando, también aquí, ese desvergonzado tupé que es su santo y seña, se borró el hecho de que fue la política de endeudamiento alegre de Chávez y, luego, la decisión de Maduro de poner a CITGO como prenda para renegociar los bonos que vencían en 2017, lo que colocaron a esta corporación en la picota. Y que la tesis del Alter Ego de que se valieron los acreedores estafados por Chávez y Maduro para reclamarla se fundamenta en el manejo partidista de PdVSA por parte de éstos, como apéndice de sus gobiernos y no una corporación autónoma.
Más allá, exhibiendo su mueca sádica de rigor, Diosdado Cabello anuncia gozosamente que la ley contra las ONGs, que insiste en aprobar el chavismo, “será severa”. “Ya algunos comenzaron a chillar (…) pero se acabó la mamadera de gallo con las ONG en este país”.
Lejos de mostrar disposición al diálogo en aras de una salida pacífica a este callejón sin salida en que metió al país, el chavo-madurismo, fiel a su naturaleza fascista, comienza el año declarándole la guerra a todo el mundo e inventando culpables. Podría estársele escapando su última tabla de salvación para salir medianamente airosos del desastre que provocaron, antes de que les terminé cayendo encima la alianza mafiosa que los sostiene, rebosada de compromisos, apetencias y reclamos imposibles de satisfacer, sin provocar un mayor aislamiento y más sanciones en su contra. ¿Bravuconadas de un liderazgo desgastado, sin imaginación, que busca insuflarle un poco de ánimo a la escasa feligresía que aun los sigue ante una contienda electoral medianamente libre? Lo cierto es que, sin modificar su conducta, su futuro luce cada vez más desolado. , Es tiempo que se den cuenta que su burbuja de disparates “revolucionarios” y proclamas antiimperialistas, de continuar cayéndose a embustes para evadir la realidad, ya no les sirve de refugio.
El enorme desafío del liderazgo opositor, con María Corina Machado a la cabeza, es hacer todo lo posible para asegurar la pronta salida de estos truhanes, movilizando a esa inmensa mayoría que reclama cambios por medios pacíficos, electorales, esbozados en nuestra constitución, para lograrla.