Toques de queda, tropas en las calles, hombres armados en un estudio de televisión: las imágenes provenientes de Ecuador hace dos semanas fueron un crudo recordatorio de la presencia rampante de la violencia y el crimen organizado en América Latina y el Caribe (ALC). No se ha debatido lo suficiente la relación de esta violencia con el desarrollo.
Por: El País
América Latina y el Caribe es la región más violenta del mundo y la violencia viene en aumento. El número de homicidios por persona es cinco veces mayor que en América del Norte y diez veces más alto que en Asia. La región alberga el 9% de la población y en ella ocurre un tercio de los homicidios del mundo.
La violencia desempeña un papel importante en la decisión de migrar. Médicos Sin Fronteras señala que, si bien los incentivos económicos son un factor de empuje, la violencia es un factor decisivo para la migración a Estados Unidos desde Centroamérica. La violencia también amplifica la desigualdad preexistente. Las víctimas están sobrerrepresentadas entre los más desfavorecidos: los pobres, los jóvenes, las minorías étnicas y los grupos LGBT+.
La violencia social y doméstica es muy extendida y afecta especialmente a las mujeres. La violencia política, incluidas protestas violentas, brutalidad policial, ejecuciones extrajudiciales, y violencia contra defensores de derechos humanos, activistas ambientales, políticos y periodistas también es frecuente. Sin embargo, desde principios de la década de 2000, el crimen organizado es la principal fuente de violencia en la región.
La situación es tan desalentadora como el crecimiento mediocre de la región, su baja productividad y sus niveles altísimos de desigualdad. Sin embargo, usualmente no nos detenemos en hacer las conexiones: hay evidencia de que las sociedades más desiguales suelen ser más violentas; y las sociedades desgarradas por la violencia no pueden alcanzar tasas de crecimiento más altas para generar empleos, poner fin a la pobreza y reducir la desigualdad.
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