El Gus es de esas personas que comparten todo en sus redes sociales. Publicaba lo que comía y con quién andaba. Mandaba mensajes de amor a su morrita y les echaba carrilla a sus camaradas. Se quejaba cuando había un concierto al que quería ir, pero no le alcanzaba. Profesaba su fe en la Santa Muerte. Posteaba memes, frases motivacionales y sus logros profesionales. Soñaba con tener mucho dinero.
Por El País
“Soy la oveja endeudada de la familia”, escribía en su perfil de Facebook. “Yo sé lo que es tener y no tener, por eso a mí no me impresionan con nada”, publicaba un día después, en septiembre pasado. “Rumbo al jale de patero para tener feria”, decía sobre su trabajo a finales de agosto. No le gustaba ocultarse: un patero es como se conoce a los traficantes de migrantes en la frontera entre México y Texas.
Las redes eran una válvula de escape. A El Gus le gustaba posar con gorras de la patrulla fronteriza, subir historias en las garitas de Nuevo Laredo (Tamaulipas), poner un vehículo de la border patrol como foto de portada o grabar videos con los migrantes caminando en fila por brechas, con los chalecos salvavidas puestos, en medio de la noche. “Me la pelan”, decía orgulloso y confiado, con música de reggaetón de fondo, en un reel que aún puede verse en su perfil.
Las redes eran también una herramienta de trabajo. “Salida hoy en camarote a las 3 y a las 5?, publicó el 23 de agosto para anunciar que había lugares disponibles en los viajes que iba a hacer desde la frontera a otras ciudades de Estados Unidos. El camarote es como le llaman los pateros a las cabinas donde duermen los conductores de autobuses, pero a veces también metían a los migrantes en cajas de tráilers.
No tardó mucho en salirle un cliente. A las doce del mediodía, le llegó un inbox de una persona que tenía a gente que estaba interesada en el servicio. “¿Cuántos?”, le preguntó El Gus. “Tres”, le respondieron. El patero le dijo que no había problema, pero que le pasara su número de teléfono para cerrar el trato por WhatsApp.
Minutos después, el cliente recibió la llamada. “Le hablo de parte de Don Gus”, le dijo un hombre. Después se supo que, en realidad, era el propio Gus quien llamaba, pero quizás quería protegerse o hacerse el importante. Se pusieron de acuerdo por teléfono. El interesado le iba a pagar 450 dólares cuando llegaran a Laredo (Texas) y 7.800 dólares más cuando llegaran a su destino final. El Gus no sabía que estaba hablando con un agente encubierto.
El acuerdo era que los tres migrantes sin papeles fueran recogidos en el estacionamiento de un restaurante de mariscos, en una de las principales avenidas de Laredo. Una pickup Ford Raptor iba a pasar por ellos. De último momento, el agente encubierto canceló el trato. Pero ya los tenían en la mira. Sabían que El Gus se llamaba Luis Daniel Segura.
La Ford Raptor se fue de la marisquería a un terreno descampado, que estaba a menos de dos kilómetros. Los agentes identificaron al conductor como Bernardo Garza, que hizo la parada para hablar con otros dos hombres que pertenecían a la red de tráfico de personas. De ahí se fue a un parking con varios camiones de carga, se estacionó junto a un tractocamión rojo, abrió la puerta trasera de la camioneta y dejó salir a tres migrantes, entre ellos una chica de 15 años. Los tres eran de México y El Salvador y habían acordado pagar miles de dólares por el servicio.
La Policía interceptó a Garza, quien no pudo sacar el arma que llevaba en la Raptor, y lo arrestó. Menos de un mes después, le siguieron la pista a Francisco Suárez, alias Pancho, que trabajaba como halcón —alguien que vigila que nadie esté siguiendo a los traficantes— y les decía a los conductores dónde estaban las casas de seguridad donde se retenía a los migrantes. El 16 de septiembre, cayó Luis Daniel Segura, El Gus, en un operativo cerca de la frontera sur de Texas. Cuando revisaron su teléfono, los policías unieron todos los puntos: encontraron su perfil de Facebook, conversaciones con Pancho y los mensajes que envió al agente encubierto.
Segura confesó que había sido reclutado por el Cartel del Noreste, una escisión de Los Zetas, para entrar en el negocio. A finales de octubre, los tres fueron acusados por un gran jurado de dos delitos por tráfico de migrantes, con riesgo de pasar hasta 10 años en la cárcel y pagar una multa de 250.000 dólares. Una de las migrantes estaba dispuesta a declarar en su contra. Estaban también decenas y decenas de publicaciones en redes sociales que podían convertirse en evidencia.
Contra las cuerdas, los tres decidieron declararse culpables de uno de los cargos la semana pasada. Ninguno pasa de los 30 años. Garza tiene 26; Segura, 25, y Pancho, 19. La Fiscalía del Distrito Sur de Texas celebró la confesión de culpabilidad como un triunfo, pero también lanzó fuertes críticas a las plataformas digitales por facilitar el tráfico. “Los carteles están usando cada vez más las redes sociales como parte de su modelo ilegal de negocios”, señaló el fiscal Alamdar Hamdani. “Aplicaciones, como Facebook, permiten que estas organizaciones promocionen servicios de tráfico de personas a grandes audiencias a lo largo de la frontera de Estados Unidos”, agregó.
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