El 22 de marzo de 2015 fue un anochecer de un día agitado para Aaron Quinn y Denise Huskins. Vivían en Vallejo, un residencial y muy apacible, casi quieto, pueblo californiano. Hacía unos pocos meses que estaban de novios. Trabajaban en el mismo lugar. El inconveniente era que Andrea, la ex novia de Aaron, también se desempeñaba ahí. La relación se había roto luego de que Aaron descubriera que Andrea lo engañaba. Sin embargo en las últimas semanas habían estado hablando, intercambiando mensajes, y el joven estaba confundido, tironeado entre los dos amores. Denise lo sospechaba y esa tarde decidió enfrentarlo. Él confesó sus charlas con la ex pareja pero le aseguró que la amaba a ella. Hubo alguna discusión, una cena silenciosa y se fueron a dormir después de un saludo tibio.
Por infobae.com
Relato del secuestro
En medio de la noche Aaron sintió voces, una orden, percibió gente entrando a su habitación. Creyó que se trataba de una pesadilla, un efecto colateral de la tensión en su reciente noviazgo, un coletazo de la charla previa a dormir. Hasta que otro grito le hizo abrir los ojos. En la habitación había unas luces que lo enceguecían y dos o tres lásers surcaban el aire. Manoteó el otro costado de la cama y lo encontró vacío. Denise no estaba.
A esa altura ya estaba seguro que no se trataba de un sueño aunque el paisaje fuera onírico, de pesadilla. Pudo distinguir a un hombre vestido con un traje de neoprene y la cara tapada con una especie de escafandra. Lo tiraron al suelo sin demasiada fuerza, sin brusquedad. Una voz grave lo llamó por su nombre: “Aaron, acostate en el piso”. Ahí se encontró con Denise. A ambos les ataron las manos detrás de la espalda con precintos, les pegaron los ojos con cinta adhesiva y luego se los taparon con antiparras oscurecidas, para que no pudieran ver, y le pusieron unos auriculares. Una grabación, una voz metálica e impersonal, les habló. Les dijo que se trataba de un secuestro, pero que en 8 horas la mujer sería liberada. Luego les hicieron beber un líquido de una botella pequeña. La misma voz les comunicó que estaban tomando un líquido que contenía sedantes y antihistamínicos, que en poco tiempo se iban a dormir. A ella la levantaron del suelo y la llevaron hacia el auto de Aaron que estaba estacionado en la puerta. La metieron dentro del baúl ¿Cuántos hombres eran? ¿Dos? ¿Tres?
La pareja se convenció de que estaban bajo el poder de una banda. Antes de dejar la casa y secuestrar a Denise, uno de los hombres dijo, casi con un dejo de tristeza, con una inflexión que humanizó la voz robótica, que esta acción estaba destinada a Andrea, la ex novia de Aaron. Recuperó la frialdad, y burocráticamente y luego de llevarlo hasta el living, le explicó a Aaron, que a esa altura hacía esfuerzo por mantenerse despierto, que debía quedarse en el sillón y esperar que se comunicaran con él por teléfono. No podía moverse de allí; con unas cintas habían delimitado un área que no podía traspasar, caso contrario, Denise sufriría las consecuencias. Para asegurarse que sería obediente, dejaron instalada una cámara contra una pared con la que monitorearían sus movimientos las 24 horas. Antes de dejar la casa, una última advertencia: nada de avisar a la policía.
Durante las siguientes horas, Aaron no tuvo que tomar ninguna decisión. Los sedantes hicieron efecto y durmió pesadamente. Cuando despertó ya había pasado el mediodía del 23 de marzo. Durante unos segundos se ilusionó con que todo se hubiera tratado de una pesadilla. Pero descubrió que los precintos, las antiparras y la zona de exclusión seguían allí. También la cámara en un ángulo del living. Miró su teléfono y no tenía mensajes de los secuestradores. Habló con su hermano, como pudo, con la voz empastada por los sedantes y por el shock trató de explicarle los hechos. El otro tardó en comprender. El veredicto fue que tenía que dar inmediato aviso a la policía. Poco después llegó el mensaje exigiendo rescate. Dos pagos de 8.500 dólares. Aaron llamó a su banco para ver de cuánta plata podía disponer de inmediato. No más de 3.500 dólares. Explicó eso por mensaje y esperó respuesta. Pero pasaban los minutos y no llegaba. Un poco más lúcido y ante la insistencia del hermano, Aaron se dirigió a la policía para denunciar el secuestro de su novia.
Si hasta aquí los hechos resultan extraños, todo se complicará más.
Hace unos días Netflix estrenó Pesadilla de un secuestro en California (American Nightmare), una miniserie documental de tres capítulos dirigida por Felicty Morris y Bernadette Higgins en la que se narra este incidente y sus consecuencias. Hay testimonios de los protagonistas, archivos de la época y grabaciones de los interrogatorios policiales.
Es una gran historia de True Crime, un género que en las plataformas tiene mucho éxito, pero va mucho más allá de la intriga, del Whodunnit, de develar quién es el autor del hecho, o de la reconstrucción de la pesquisa para dar con los responsables. Es una historia que habla de las debilidades de un sistema, de la vulnerabilidad múltiple de las víctimas, que parece acrecentarse en cada instancia del proceso, no sólo en la consecución del hecho, del sesgo en una investigación, de la influencia de la cultura popular en la mirada de un tiempo, de la crueldad, de la impiadosa reacción masiva en las redes sociales y, por supuesto, de lo que cuesta asumir que muchas veces la realidad logra llegar a extremos de extrañeza que no se le ocurren ni siquiera a la mejor o más enroscada ficción.
El testimonio
En la sede policial, Aaron Quinn, con paciencia, relató los hechos. Matthew Mustard, el policía a cargo de la investigación preguntaba con precisión, intentando ganarse la confianza del (hasta ese momento) testigo. Una vez que Aaron contó los hechos de la madrugada y explicó por qué llamó a la policía más de 12 horas después, el investigador, que cada tanto le decía que él necesitaba todas las piezas para armar el rompecabezas, le preguntó por cómo habían sido las horas previas a irse a acostar. Aaron le contó la discusión, su confusión respecto a la ex novia, la charla tensa. El joven estaba decidido a contar toda la verdad, porque estaba convencido que de ese modo ayudaría a que Denise fuera encontrada y que si el interrogatorio terminaba antes, la búsqueda comenzaría de inmediato. Hasta que de pronto la actitud de Mustard, el investigador, cambio de manera radical. Casi enfurecido, le dijo que no creía nada de lo que había escuchado, y reseñó como él creía que habían ocurrido los hechos. Más que una hipótesis parecía el recitado de una certeza. Quiso forzar una confesión. Habían discutido, él había perdido el control o, tal vez, ni siquiera eso, ella había tomado demasiados tranquilizantes y había muerto de una sobredosis, y él había inventado este relato insólito para encubrir el crimen o la muerte. Con dureza, le preguntó con insistencia, dónde había tirado el cuerpo, dónde lo había escondido. Aaron se agarraba la cabeza y decía, en un graznido azorado, que no mentía, que contado toda la verdad. En ese momento, después de varias horas de interrogatorio, al ser evidente que había pasado de víctima de una intrusión a su casa y testigo del secuestro de su novia, a principal sospechoso, pidió que llamaran a su abogado.
En favor del investigador se puede decir que la historia era inverosímil: hombres en neoprene, antiparras negras, grabaciones, sedantes en botellitas, el secuestrador que sabe el nombre del dueño de casa, la desaparición de la chica, un rescate nimio, por el cuál ni siquiera hubo una insistencia.
La policía se centró en recolectar pruebas en la casa de Aaron. Encontraron sangre en el colchón y descubrieron que faltaba un edredón. Sin importar los demás elementos, esos dos confirmaban la culpabilidad de Aaron Quinn. La mató en una discusión conyugal y luego envolvió su cuerpo en el edredón para deshacerse de él en un bosque o un lago cercano.
Lo que los policías no sabían era que Denise, luego de cambiar de auto a mitad de camino, había sido llevada en un Mustang a una casa en un pueblo cercano, que quedaba a unos 60 kilómetros de Vallejo. La encerraron en una habitación con las ventanas tapiadas. Cada tanto la llevaban al baño y le daban algo de comer. Un hombre alto era quien se comunicaba con ella. Parecía amable. No lo veía porque cuando él ingresaba debía ponerse las antiparras. El hombre le hablaba de una organización, descargaba las culpas en sus superiores. Al final del primer día le dijo que para que saliera con vida, para que la liberaran al día siguiente, debía tener relaciones sexuales con él mientras era filmada. Esa aseguraría que una vez dejada libre, ella no haría la denuncia. Si lo hiciera, la filmación en segundos estaría en internet. Y ellos se encargarían de que todo el mundo la viera. Denise, en un testimonio estremecedor, narra la situación en el documental. Cuenta que lo vivió como una experiencia extracorpórea, que tuvo una especie de disociación, como si la situación le estuviera sucediendo a otra persona, a otro cuerpo y que ella escindida miraba desde afuera. No pudo reaccionar ni resistirse y en el mundo en que lo iba a intentar se dio cuenta que eso sería inútil, que sólo iba a empeorar la situación y la violencia sufrida.
Mientras esto sucedía, la policía de Vallejo a través de su vocero comunicó que estaban trabajando en el caso y utilizó la misma figura del investigador, la del rompecabezas. Pero lo que la policía estaba haciendo era nada más que seguir buscando indicios del asesinato de Denise en la casa de Aaron y rastreando el cuerpo sin vida en espejos de agua y descampados. No siguieron la hipótesis del secuestro.
Unas horas después, el hombre volvió a ingresar a la habitación de Denise. Impostando pesar le dijo que sus jefes no habían aprobado el video porque se notaba que ella no colaboraba, que sólo se quedaba quieta para ser utilizada por él. Que debían volver a filmarlo pero que la condición era que ella pusiera más empeño, de otro modo debían matarla. Denise una vez más fue violada. Después, el hombre en plan de confesión, como si mantuvieran una relación, le contó que era abogado y ex combatiente. Ella creyó que no la estaba escuchando pero luego, frente a la policía, recordaría esa información.
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