No son pocas las veces que el origen de los hechos notables de la historia de las sociedades humanas puede rastrearse hasta un acontecimiento mínimo que los desencadena, por ejemplo, el diagnóstico oscurantista de un médico ignorante. Eso fue lo que ocurrió con la caza de brujas que, a fines del siglo XVII, sacudió a Salem, una pequeña comunidad de pescadores de la colonia inglesa de Massachusetts, en lo que un siglo después serían los Estados Unidos.
Por infobae.com
En este caso hasta puede fijarse una fecha precisa, el 8 de febrero de 1692, cuando el médico de la comunidad, el doctor William Griggs, quizás asustado por la importancia de los personajes, o tal vez presionado por intereses a los que temía, tuvo que buscar el origen de los extraños comportamientos de la hija y de la sobrina del líder espiritual de la ciudad, el reverendo Samuel Parris.
Ese día, después de revisar concienzudamente a las dos niñas, el doctor Griggs dictaminó con la autoridad que a los ojos de la comunidad, le daba ser un hombre de ciencia:
– No hay ningún problema físico que cause ese comportamiento. No hay dudas de que se trata de la influencia directa del demonio – dictaminó el hombre de ciencia.
A partir de allí se desató una reacción en cadena de acusaciones y juicios, que dejó un saldo de 18 ahorcados, un muerto en la tortura y más de 150 encarcelados.
El caso pasó a la historia como “los juicios de Salem” y se convirtió en un ejemplo de lo que el oscurantismo y la credulidad pueden hacer con un pueblo, porque allí donde se decía “brujería” lo que en realidad hubo fue un cóctel donde se mezclaron juegos sexuales adolescentes, malas cosechas, episodios de histeria colectiva, intereses económicos y hasta las alucinaciones provocadas por un hongo que fermentaba en el pan.
Los hechos de Salem ocurrieron a fines del Siglo XVII, cuando la “caza de brujas”, con un saldo de más de 50.000 víctimas – en su mayoría mujeres, pero también hombres –, había sido prácticamente abandonada en una Europa que comenzaba a iluminarse con los descubrimientos científicos.
Por esa razón, muchos los ven como el rebrote tardío de una creencia oscura en una colonia alejada de las luces. Sin embargo, hay algo de fondo que se sigue repitiendo más de tres siglos después, aunque no encarnado en brujas sino en otras credulidades.
Tres chicas desnudas
El pastor protestante Samuel Parris había llegado a Salem desde Boston, acompañado por sus tres hijos preadolescentes, Tomas, Elizabeth y Susannah, y su sobrina huérfana Abigail Williams. Con ellos llegaron también la esclava Tituba – nativa de Barbados -, que se encargaba de cuidar a los niños, y su marido John Indian.
Todo comenzó cuando Elizabeth, de 9 años; Abigail, de 11, y una amiga de 12, Ann Putnam, fueron sorprendidas en el bosque bailando desnudas mientras Tituba removía un líquido dentro de un caldero que había puesto sobre el fuego.
Para el extremismo puritano que reinaba en Salem, el descubrimiento fue un escándalo. La desnudez por sí misma ya era un pecado, los juegos lo agravaban, y la presencia de Tituba y su misterioso caldero en el lugar terminaban de pintar un cuadro demoníaco.
Más todavía cuando, después de ese episodio, las niñas empezaron a tener otros comportamientos extraños: tenían convulsiones, decían cosas sin sentido, pronunciaban palabras extrañas y tenían frecuentes episodios de llanto. Para peor, otras chicas de Salem, de edades parecidas, empezaron a actuar de manera similar.
La primera pista de que se trataba de una cosa de brujas llegó de la boca de Ann Putnam que, quizás para zafar de un castigo seguro, les dijo a sus padres:
-Luché contra una bruja que quería decapitarme.
Y entonces, cuando el preocupado reverendo Parris llevó a Ana y a Abigail para que el doctor Griggs descubriera qué enfermedad las aquejaba, las palabras del médico encendieron la mecha del infierno en Salem.
Cadena de acusaciones
Las niñas de dos familias importantes – Parris era el reverendo y los Putnam muy adinerados – no podían ser culpables: alguien las había embrujado. Interrogadas, culparon a la esclava Tituba de haberlas iniciado en ritos satánicos.
También llegaron rumores de que había otras dos “brujas” involucradas: una anciana a la que nadie quería en el pueblo, Sarah Osborne, y una indigente de nombre Sarah Good que estaba embarazada y nadie sabía de quién.
El clamor popular hizo que los jueces John Hathorne y Jonathan Corwin – vecinos notorios pero ignorantes en materia legal – ordenaran la detención de Sarah Good, Sarah Osborne y la esclava Tituba por “afligir” a Elizabeth Parris, Abigail Williams, Ann Putnam y a otra niña llamada Elizabeth Hubbard.
Por sugerencia de una vecina llamada Mary Sibley el tribunal ordenó también una medida pericial. El marido de Tituba, John Indian, debía hacer un “pastel de brujas” de harina de centeno mezclada con la orina de las cuatro niñas y dárselo a comer a un perro para comprobar si el animal presentaba los mismos síntomas que ellas. El testimonio de Sibley sobre el comportamiento del perro fue admitido como prueba.
El juicio se remitía a una cuestión sencilla: si confesaban, salvarían sus vidas, si no confesaban serían torturadas hasta que lo hicieran, y si aún así no lo hacían serían ahorcadas.
Para leer la nota completa pulse Aquí