Lamar Odom ha vivido siempre en la cornisa, caminando por el delgado hilo que, a veces, divide la vida de la muerte. Una moneda que a veces cayó por un lado y a veces, para el otro. Literalmente. De chico perdió primero a su madre por una enfermedad terminal, su padre se sumió en las drogas y lo crió su abuela, que también fallecería, dejándolo solo en el mundo. Luego, ya siendo una figura NBA, perdió a su hija Jayden, por una muerte súbita mientras dormía en su cuna cuando tenía apenas seis meses… Seis años después un sobrino muy querido fue asesinado en duelos de bandas callejeras y al día siguiente la camioneta que lo llevaba por Nueva York terminó matando a un chico de 15 años. Una estrella que no tuvo paz, ni antes ni después. Y cuando parecía que la tenía, él se sumergió en el descontrol y las drogas hasta terminar con una sobredosis que lo tuvo contras las cuerdas. Sobrevivió a 12 derrames cerebrales y seis ataques cardíacos y hoy vive a los 44 años. En el camino las hizo todas, fiestas, excesos, mujeres y, en el mientras tanto, para hacer lo que tanto le gustaba, jugar al básquet, se convirtió en un especialista en burlar controles antidoping, como él mismo precisó con detalles. Lo hizo en la NBA y en la previa de un Juego Olímpico. La de Odom es realmente una historia de Hollywood que vale la pena desgranar.
Lamar nació el 6 de noviembre de 1979 en el distrito neoyorquino de Queens y creció en un barrio difícil, picante, como el de South Jamaica. Su infancia no resultó sencilla, con un padre adicto a la heroína y una madre que fallecería, de cáncer de colon, cuando él tenía 12 años. Su abuela Mildred se haría cargo pero, 11 años después, también moriría, dejando claro que, lamentablemente, su vida estaría signada por las tragedias.
Para cuando quedó prácticamente solo en la vida, Odom ya era una figura aunque, como sería una constante en su carrera, con conflictos y problemas fuera de la cancha. En la época universitaria, por caso, su desesperación por el dinero, con el fin de acceder a privilegios y llevar una vida al palo, hizo que aceptara “retribuciones económicas” y fuera expulsado de la Universidad de Nevada, antes siquiera de debutar. Terminaría en Rhode Island, en la que cumpliría la penalidad de un año sin jugar. Pero, claro, su talento era tal que nada lo afectó y en la única temporada que quiso quedarse en los Rams brilló. Promedió 17.6 puntos, 9.4 rebotes y 3.8 asistencias pero, sobre todo, resultó el héroe de un equipo que ganó la Conferencia Atlantic 10, justamente con un triple suyo sobre la chicharra ante Temple. El moño para cerrar la campaña y tomar la decisión de saltar a la NBA.
Los Clippers lo seleccionaron en el cuarto lugar del draft y en su primera temporada promedió 16.6 puntos (incluyendo 30 en su debut), 7.8 rebotes y 4.2 asistencias, lo que le valdría la inclusión en el mejor quinteto de novatos en la 99-00. Pero, claro, los problemas no tardarían en llegar. En noviembre del 2001, la NBA anunció que había violado la política antidrogas y fue suspendido por ocho meses. Él admitió que la sustancia había sido marihuana…
Su vida fuera de la cancha, que ya empezaba a ser un problema, no se notó en la cancha, ya que Odom se destacó en sus cuatro años en los Clippers y Miami le dio un contrato de 65 millones de dólares cuando pasó a ser agente libre. En el Heat volvió a brillar, pero a Pat Riley se le presentó la chance de sumar a Shaq O’Neal y Odom tuvo que entrar en el paquete que terminó en los Lakers por el grandote. No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Y Odom, en su vuelta a LA, encontró su casa en los Lakers, un equipo que lo cobijó y lo necesitó. Allí se convirtió en un ladero de Kobe. Su versatilidad, polifuncionalidad e inteligencia le valieron reconocimiento y le permitieron lograr dos anillos (2009 y 2010), siendo un obrero de lujo que generalmente salía desde el banco (en 2011, por caso, se llevó el premio al Mejor Sexto Hombre), aunque cerraba los partidos.
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