La crisis humanitaria provocada por la llegada de más de 30 mil migrantes a Chicago, enviados desde la frontera con México por los gobiernos republicanos de Texas y Arizona, se manifiesta también en tensión entre los recién llegados y la comunidad afroamericana, denunciaron este jueves en un foro líderes comunitarios.
La situación ha provocado altercados físicos y verbales entre los recién llegados y los residentes de toda la vida, incluyendo un incidente en el vecindario de Woodlawn donde alguien apuntó un arma contra un migrante frente a un refugio, que no llegó a mayores.
En Brighton Park, donde la Alcaldía pretendió levantar un campamento con carpas militares ante la falta de alojamientos, los vecinos se opusieron con violencia y llegaron a enfrentar a la Policía.
“Hay una hostilidad específica hacia los migrantes provenientes del sur, y eso puede convertirse en la receta para una explosión”, declaró ese jueves el dirigente sindical Bill Fletcher.
Al comentar sobre la reacción de los trabajadores “pobres y de color” de Chicago, ante la llegada de decenas de miles de posibles “competidores” en el mercado laboral, el sindicalista dijo que la inclusión de los nuevos migrantes es vista como una amenaza a los recursos dedicados a la población negra.
Habitantes de los barrios más desfavorecidos del sur de la ciudad sostienen que los afroamericanos no tenían recursos y han sido continuamente postergados por la Alcaldía, que ahora debe atender a un gran grupo de personas que insumen un gasto diario de 1,5 millón de dólares.
Fletcher habló en un seminario en línea organizado por Alianza Américas, para tratar la tensión creciente provocada por la avalancha de personas procedentes en su mayoría de Venezuela, en busca de refugio.
El sindicalista dijo que hoy día los migrantes procedentes de Europa del Este sufren algún tipo de discriminación, “pero no se puede comparar con lo que soportan los venezolanos”.
La Alcaldía administra 28 refugios, donde viven en su mayoría venezolanos que buscan asilo en Estados Unidos.
Desde agosto de 2022, se estima que unos 30.000 solicitantes de asilo, principalmente suramericanos y centroamericanos, han ingresado a la ciudad, desplazados de sus países de origen por la violencia, los desastres climáticos y la inseguridad económica provocada por las sanciones estadounidenses, denuncian grupos proinmigrantes.
Después de cruzar la frontera sur entre México y Texas, los migrantes fueron transportados en autobús a Chicago por el gobernador de Texas, Greg Abbott, un republicano que ha enviado a decenas de miles de inmigrantes a ciudades gobernadas por demócratas en contra de su voluntad. En agosto, un niño de 3 años murió en uno de los autobuses que se dirigían a Chicago.
Muchos de los que llegaron han sido alojados en refugios improvisados (escuelas, moteles y comisarías policiales) en vecindarios de mayoría afroamericana como Woodlawn, donde la comunidad no recibió de buen agrado la decisión municipal de usar el local de una escuela abandonada desde 2013 para instalar a migrantes.
“Para nosotros fue una bofetada en la cara que ni siquiera nos hayan consultado”, dijo el activista Benji Hart, quien recordó que la comunidad de este vecindario fue ignorada durante los 10 años en que lucharon para que la escuela fuera reabierta, o convertida en viviendas o un centro comunitario.
“Esto fue muy doloroso e irrespetuoso, porque además los migrantes fueron metidos en un lío sin que tuvieran nada que ver, o entendieran cual fue el origen del problema. Esto crea tensiones y enfrenta a una comunidad contra otra”, agregó.
Además, los migrantes son “demonizados y acusados” de la falta de empleos en los vecindarios afroamericanos y latinos donde se asientan.
“No voy a mentir y decir que no hay tensión”, dijo la presentadora del seminario, Sylvia Puente, presidenta del Foro de Política Latina con sede en Chicago. “Pero nuestros grupos de voluntarios y ayuda mutua (integrados por afroamericanos y latinos) se han unido para enfrentar la crisis humanitaria y buscar una salida”.
Para el pastor Matt DeMateo, de New Life Centers del barrio mexicano La Villita, los nuevos vecinos “no son una amenaza sino una bendición”.
“Van a colaborar con grandes cosas, pero antes las comunidades en disputa deben tratarse como vecinos, conocerse, hablar y ponerse de acuerdo en muchas cosas. Es difícil demonizar a alguien que conoces”, afirmó. /EFE