Si la NBA tuviera un monte Rushmore de rostros legendarios, mezcla de iconicidad y talento en la cancha, el de Shaq sería uno de los indiscutibles. El día que se alejó de la cancha lo hizo únicamente para subir a la cabina de los comentaristas e incursionar en los platós de televisión, siempre con un ojo puesto en el baloncesto norteamericano y mundial; su soltura comunicativa dio pie hace algunos meses al nacimiento de The Big Podcast with Shaq, formato de entrevistas y análisis baloncestístico donde, con no poca frecuencia, deja perlas en forma de confesión.
La última de las divertidas anécdotas de Shaquille O’Neal no es sino una afirmación acerca de su cuidado personal: se gasta 1.000 euros en unas pedicuras que realiza porque le gusta tener “destellos y diseños” en las uñas de sus pies. Si bien esto per se, aunque curioso, podría ser considerado de burda información, lo cierto es que la cifra, así como el motivo que le ha llevado a tener esta costumbre estética como rutina, hacen de sus uñas azules un original relato.
El origen: una bonita superstición
“Doy alrededor de 1.000 dólares porque sé que mis pies apestan, sé que son feos y me gusta pintarlos”, dice Shaq, sincero y directo, que ahonda en lo crudo de sus palabras para volver a realizar otro alegato exento de medias tintas: “Pinto esa mierda porque es fea y quiero que se vea bonita”.
Siendo las risas el eco de su historia, el retirado deportista confiesa que el origen de esta práctica se rastrea en una sugerencia de su madre, Lucille O’Neal, cuyo ingenio salvó, indirectamente, al equipo de O’Neal: “Es una historia real: una vez me arrancaron una uña del pie y no iba a jugar. Ella hizo algo y luego le puso un poco de esmalte rojo. Hice 40 puntos ese partido”. Lo que ocurrió fue que Shaq encontró en ese gesto un amuleto: “Entonces pensé: ¿Sabes qué? Voy a empezar a pintarme las uñas de los pies”.
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