Dentro del culto católico, se destaca una veneración especial hacia la madre de Jesús, la Virgen María, conocida como “Hiperdulía”. El prefijo “Hiper”, derivado del griego ????, sugiere un sentido de trascendencia o supremacía. Este término podría traducirse como una máxima disposición a la sumisión, ya que María, al ser visitada por el arcángel Gabriel para anunciarle su embarazo, respondió con un completo sometimiento a la voluntad divina: “Hágase en mí según Su palabra”. Así, el concepto de hiperdulía en el cristianismo refleja una entrega pacífica y total a la voluntad de Dios, equiparable a la concepción islámica de sometimiento sin reservas a la voluntad de Alá.
Por infobae.com
El 13 de mayo se conmemora la aparición de la Virgen María en Cova da Iría, cerca de la ciudad de Fátima, en Portugal. Estas apariciones son consideradas por la Iglesia Católica como revelaciones privadas. Según el catecismo de la Iglesia Católica, en su primera parte, artículo 67, se establece que a lo largo de la historia ha habido revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, estas revelaciones no forman parte del depósito de la fe. Su propósito no es añadir o complementar la Revelación definitiva de Cristo, sino ayudar a vivirla más plenamente en ciertas épocas históricas.
La aparición de la Virgen de Fátima es un evento anualmente recordado y celebrado, donde los fieles se congregan para rendir homenaje a esta manifestación. Su importancia radica en su capacidad para fortalecer y enriquecer la experiencia espiritual de los creyentes.
Los pastorcitos frente a la Virgen María
Según el testimonio de los protagonistas, en 1916, Lucía dos Santos, de diez años, y sus primos, Jacinta y Francisco Marta, de seis y nueve años respectivamente, tuvieron tres encuentros con una presencia angelical mientras custodiaban sus ovejas durante la primavera y el verano de ese año. Estas experiencias ocurrieron dos veces en Loca do Cabeço, en Valinhos, y una vez en el Pozo del Arneiro, en la casa de Lucía, en Aljustrel. Este ser se identificó como el “Ángel de Portugal”.
El domingo 13 de mayo de 1917, los tres niños se dirigieron a pastorear sus ovejas como de costumbre, en un lugar conocido como Cova da Iria, cerca de su pueblo de Fátima, en Portugal. Alrededor del mediodía, escucharon un fuerte trueno que los llenó de temor, a pesar de que el día estaba soleado y despejado. Sintieron que una tormenta se estaba formando detrás de las colinas y comenzaron a reunir a las ovejas. De repente, otro estruendo los estremeció, y vieron a una mujer suspendida. Les recomendó que volvieran al mismo lugar durante cinco meses. Francisco podía ver a la mujer, pero no podía escuchar lo que decía. Este relato detallado ofrece una visión fascinante de los eventos que dieron origen a las apariciones de Fátima y su impacto en los niños que las presenciaron.
El encuentro de 1917 marcó el inicio de una serie de apariciones que conmocionaron a la comunidad local y atrajeron la atención de creyentes de todo el mundo. A lo largo de varios meses, la Virgen María se les apareció a los niños en el mismo lugar, transmitiéndoles mensajes de paz, arrepentimiento y oración. Estas apariciones no sólo transformaron las vidas de Lucía, Jacinta y Francisco, sino que también dieron lugar a una devoción ferviente hacia la Virgen de Fátima, que continúa siendo una parte importante de la fe católica hasta el día de hoy.
En uno de los diálogos que se conocieron, la Virgen María les avisó que se llevaría a dos de los pastorcitos. En diciembre de 1918, Francisco y Jacinta Marta cayeron enfermos. A pesar de los esfuerzos médicos, Francisco no logró recuperarse y falleció el 4 de abril de 1919. Jacinta, aunque mostró mejoría, sufrió una recaída y fue hospitalizada en el verano de 1919 debido a una pleuritis purulenta. Trasladada a Lisboa, falleció el 20 de febrero de 1920.
En contraste, Lucía dos Santos vivió hasta los 97 años, dedicando su vida por completo a la religión. Adoptó el nombre de Hermana María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón y se unió a la orden de las hermanas doroteas en Vilar, cerca de Oporto. Más tarde, profesó como religiosa dorotea en Tuy, Pontevedra, donde también afirmó haber recibido la visita de la Virgen en 1925. En 1946 regresó a Portugal y, dos años después, ingresó en el Carmelo de Santa Teresa en Coímbra, donde pasó el resto de su vida. Allí escribió dos volúmenes con sus memorias y los llamamientos del Mensaje de Fátima, hasta su fallecimiento en ese lugar.
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