Sí en la política de Pedro Sánchez hay alguna coherencia, entonces el separatismo que encabeza el señor Puigdemont debería hacerse con la presidencia de la Generalitat el próximo mes de junio. A estas alturas del partido no tendría ningún sentido qué el señor presidente se apartase del libreto qué tiene escrito y que se inició hace ya unos años con un capítulo en el que los votos de los partidos segregacionistas lo llevaron al poder y lo han seguido manteniendo en él contra viento y marea. Pero nada es gratis y menos en política, y la hora de cobrar la deuda que Sánchez adquirió ha llegado de manera inequívoca; que nadie se confunda, no hay manera de esquivarla y si alguien piensa lo contrario o es olvidadizo ahí está el señor Puigdemont para recordarlo como ya lo ha hecho, no importa que esté a unos cuántos miles de kilómetros de distancia y del otro lado de la frontera, o que la realidad electoral como ya le advirtió Sánchez no le favorezca. Por lo demás resulta hasta lógico, pues es lo que todo el mundo espera, qué así ocurra y qué el PSOE le devuelva el favor al separatismo concediéndole los apoyos en el parlamento catalán y haciendo todo lo que un buen socio haría para investir a Puigdemont y convertirlo en presidente. Pero no se trata de un simple acto de reciprocidad pues como ya dijimos hay un precio establecido y el mismo debe pagarse en su totalidad. Restablecer a Puigdemont en la presidencia de Cataluña es una parte de ese precio qué tiene a la Ley de Amnistía cómo primera cuota de pago con vencimiento a principios de junio.
No obstante que el PSC obtuvo un muy buen resultado en las urnas, cabría preguntarse sí Pedro Sánchez no hubiera preferido haber quedado en segundo lugar, una circunstancia que, sin duda, le hubiera facilitado cumplir con esa parte de la deuda qué tiene con el independentismo, pues no es lo mismo apoyar una moción de investidura que tener que renunciar a la posibilidad de formar gobierno con su propio candidato luego de haber obtenido 42 diputados. Y aunque esto último no pareciera que fuese un problema mayor, o tan siquiera menor, sobre todo, conociendo al personaje después de todos estos años, no creo, y a lo mejor peco de ingenuo, que vaya a resultar tan sencillo evitar, en caso de darse ese lógico escenario, que los votantes del PSOE catalán queden con esa sensación de haber sido estafados y de haberse transformado en moneda de pago, pues si de algo se puede estar seguro es de que quienes sufragaron a favor del señor Salvador Illa no lo hicieron con el ánimo ni la finalidad de investir a Puigdemont sino con la intención de ganarle y de que no fuera presidente.
Si bien defender esa posible postura del PSOE de renunciar a formar gobierno propio, que parece la más consecuente con sus actuaciones anteriores, para entregarle la presidencia en bandeja a sus socios segregacionistas no requiere de muchas explicaciones en lo que a los partidos nacionalistas se refiere, lo que sí les va a exigir un mayor esfuerzo es justificar frente a la opinión pública las razones, aunque todos las sepamos, por las cuales el PSOE ante ese posible escenario no buscó pactar con los partidos de derecha que, con sus veintiséis votos entre los dos, deberían apoyar al señor Illa para hacerlo presidente, que es lo que la lógica más elemental indica. Pero al final, ¿a quién le importa? Puede incluso que en efecto yo tenga una visión muy cándida de todo el asunto y que Pedro Sánchez quien ha demostrado ser más astuto y hábil de lo que muchos creen ya se haya paseado por todos los escenarios posibles y que este, en el que estamos ahora, sea el que más le conviene, el que había previsto y el más apetecido porque le permite mantenerse sobre esa tabla de surf, en la que se desliza su gobierno, entre las caóticas olas del nacionalismo catalán del ser y no ser, del desear y no querer. El único, en realidad, que alarga la situación de confusión actual y alimenta la dialéctica del sí y del no unos meses más, el que le abre la puerta a un nuevo proceso electoral a finales de año que modifique la situación actual en Cataluña o la mantenga, pero que en todo caso lo va a dejar gobernar hasta el 2025; luego, ya se verá que hacer.
Si algo queda claro luego de los comicios catalanes es que con coherencia o sin ella, queda Pedro Sánchez para rato.