El hondureño Héctor Pérez intentó migrar ocho veces a Estados Unidos, y las ocho fue deportado. Ya no lo intentará más. Otros deportados, sin embargo, retoman la ruta hacia el norte el mismo día en el que pisan Honduras, necesitados de huir de la miseria y alcanzar el “sueño americano”.
“Creo que es la última vez que lo intento”, dijo a EFE Pérez después de tratar de llegar a EE.UU. ocho veces entre 2022 y 2024, la última a inicios del pasado abril. Es una situación “muy dura”, pero lamentablemente “no se ha dado la ocasión”, quizá porque “es un propósito de Dios que no logremos el objetivo”.
Pérez, de 44 años, se encuentra en el Centro de Atención al Migrante Retornado (CAMR) de Omoa, en el Caribe hondureño, que es administrado por la Cruz Roja en colaboración con la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (IFRC) y otros organismos como la Unión Europea.
Este soldador, padre de tres hijos, explica que se fue porque en Honduras “los sueldos no ajustan”.
Así, el 16 de septiembre de 2022 lo intentó por primera vez, pero lo detuvieron en Villahermosa, México. Otras dos veces fue detenido cuando intentaba cruzar el río Bravo para llegar a Texas, y el resto en la localidad mexicana de Piedras Negras, fronteriza con Estados Unidos.
“En este camino se sufren muchas cosas, atentados, frío, hambre, de todo. Toca caminar día y noche si es posible, pasa de todo en ese camino, asaltos, robos de bandas criminales que están a la vuelta de la esquina”, relata Pérez, recién retornado en un autobús procedente de México.
Otros de los deportados que le acompañan no se lo piensan y ese mismo día retoman la ruta hacia el norte. Dicen algunos que la violencia en sus comunidades por las ‘maras’ no les deja otra opción.
Huracanes, violencia y pobreza
La crisis migratoria de Honduras se agudizó tras el paso del devastador huracán Mitch, a finales de 1998, que empujó a unos 100.000 hondureños hacia Estados Unidos, de los que un alto porcentaje fue favorecido por un Estatus de Protección Temporal (TPS) que ha sido renovado cada 18 meses.
Después del Mitch, una tasa alta de desempleo, bajos salarios y la violencia de las pandillas multiplicó esa migración hacia Norteamérica y Europa, a lo que se sumó en 2018 el fenómeno de las caravanas de migrantes.
Se estima que alrededor de 1,5 millones de hondureños viven en el exterior, en su mayoría en EE.UU., y cada año envían remesas de unos 10.000 millones de dólares, más del 20 % del Producto Interno Bruto (PIB) de Honduras, con un 60 % de pobres entre sus 10 millones de habitantes.
Aunque no hay datos oficiales, el Observatorio de Migraciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) calcula que solo en el primer trimestre de 2024 migraron más de 60.000 hondureños.
Las deportaciones también son numerosas: vía aérea desde EE.UU., por tierra desde México y Guatemala, o vía marítima desde Belice, explicó a EFE el director general de la Cruz Roja Hondureña, Alexei Castro.
En 2023, en el Centro de Atención al Migrante Retornado (CAMR) de Omoa llegaban a diario entre dos y tres autobuses con unos 160 migrantes, aunque a finales de año ese número disminuyó.
Los núcleos familiares son atendidos además en el Centro Belén, en la localidad norteña de San Pedro Sula, por la Cruz Roja en coordinación con otros entes como la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf). Con capacidad para atender a unos 100 migrantes, en “temporada alta” reciben hasta 160 retornados diarios.
Mujeres y niños, los más afectados
“Las familias con menores tienen que venir al Centro Belén”, que tiene capacidad para recibir a 42 mujeres, 42 hombres y cinco núcleos familiares de cinco personas cada uno, explicó a EFE Gabriela Oviedo, administradora de la Cruz Roja en ese centro.
La mayoría de retornados llegan vía aérea de EE.UU., a veces en dos y hasta tres vuelos por semana. Debido a la falta de espacio y a que casi todas las semanas se reciben núcleos familiares y menores no acompañados, los retornados tienen un plazo máximo de 72 horas para permanecer en el centro, aunque en algunos casos su estancia se puede extender hasta una semana.
Ese es el caso un joven de 14 años, hijo de campesinos de una comunidad en Copán, en el occidente de Honduras, que partió en marzo hacia Estados Unidos para ayudar a su familia y en la localidad mexicana de Tapachula, 15 días después de iniciado el viaje, lo “detuvieron” y fue deportado.
La Secretaría de la Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) informó en abril que desde el pasado enero al menos 2.216 niños hondureños habían sido deportados.
Muchos de esos niños viajan con sus madres, como la pequeña Belén y su mamá Sandra Alberto, de 29 años.
“Soy madre soltera, decidí irme por la situación en la que me encuentro, no encuentro trabajo y cada día se me complica más con las dos niñas” de 11 y 1 año, dijo a EFE Alberto en el Centro Belén.
El 15 de marzo partió con su hija menor hacia Estados Unidos después de haber sido despedida de una maquila, porque allí a los 30 años una ya “es vieja”, pero con una niña pequeña el viaje se le “complicó bastante”.
“El viaje ha sido muy difícil porque me ha tocado sola, he viajado en autobús, en tráiler, me ha tocado dormir en el monte, en casas abandonadas”, explicó.
“En todo el camino le iba pidiendo ayuda a Dios, que siempre me pusiera personas buenas en el camino y así fue, a puro jalón llegué hasta allá, Mexicali”, Baja California, pero todo terminó cuando las interceptó migración, deportándolas. Y a volver a empezar. EFE