Todos (o casi todos) alguna vez hemos pasado horas de horas tratando de alinear sus seis caras de colores, muchos sin imaginar que el pequeño juguete tiene más de 43 trillones de combinaciones posibles. Convertido ya en un ícono de la cultura popular, el Cubo de Rubik cumple este mes 50 años de existencia, desde que fuera creado por un arquitecto en la Budapest de la cortina de hierro, en los días de la Guerra Fría.
Por: La Nación
Ernö Rubik, a quien le gusta decir que ‘descubrió’ el cubo, no que lo inventó, ha contado en sus memorias (Rubik: la increíble historia del cubo que cambió nuestra manera de aprender y jugar) que un buen día se sentó a pensar en un problema geométrico y en cómo ilustrarlo. “Entonces hice algo que se convertiría en el cubo”, escribe.
Ahí cuenta que la afición por descubrir cosas le vino de su padre, quien estaba obsesionado por crear el planeador perfecto y pasó años elaborando una serie de patentes. Ernö lo recuerda sumergido en sus planos, mientras él se divertía armando rompecabezas, seducido por esa mezcla de orden y caos que encierran estos juegos. El que más le fascinaba era el tangram conformado por un cuadrado dividido en siete partes (cinco triángulos de tamaños variados, un paralelogramo y un cuadrado), con el que podía crear figuras diferentes.
Ernö pasó los veranos de su infancia en un lago cerca de Budapest, ocupado en lo que él llama ‘matemáticas recreativas’. Reconoce que para ‘descubrir’ el cubo que lleva su nombre se inspiró en esos rompecabezas de piezas movibles, con patrones de colores, pero él construyó algo diferente: un cubo que podía rotar por un mecanismo interno sin desarmarse.
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