La soledad que viaja a la par del migrante

La soledad que viaja a la par del migrante

Así se ve el movimiento de personas en la frontera entre Cúcuta y San Antonio del Táchira.
Foto: Óscar Pérez

 

Jaramis Moncada tenía cervical inversa. Los rayos X lo mostraban cada vez que se practicaba un examen médico para intentar conseguir un trabajo. La respuesta siempre fue la misma: no, una y otra vez. Estar mucho tiempo de pie, usando botas de seguridad, no era una opción para ella. Las empresas buscaban librarse de una enfermedad ocupacional, o al menos eso cree. Oriunda de Barquisimeto, en el centro occidente de Venezuela, estudió Ingeniería Agroindustrial, pero no la pudo ejercer. Trató de ingresar a un call center, pero la rechazaron por lo mismo: su cervical. “Esa fue una de las principales razones por las que muchos recién graduados tuvimos que migrar: la frustración”.

Por El Espectador





Pasó al mundo de las redes sociales, a tratar de ser community manager, y por un momento le funcionó. Empezó a tomar fotos para locales de comida rápida no lejos de su casa, para unos seis que le quedaban cerca, y las subía a los perfiles de Instagram. Era ensayo y error. Le pagaban, sí, pero la crisis económica le impedía cobrar el precio real que su trabajo podía tener. Lo que pedía en dinero a los quince días ya no valía nada. Llegaba a final de mes, decía que debía aumentar el cobro y sus clientes le respondían que era demasiado. La historia se repetía mes tras mes. La inflación no la dejó avanzar como emprendedora, al menos en ese campo, y empezó a escuchar otras opciones que empezaron a susurrarle al oído.

Tuvo que escucharlas, porque además estaba en medio de una relación violenta. Cuando una amiga suya le dijo que la acompañara a vivir a Barranquilla, que se iba a mudar con su novio de la capital del Atlántico, a quien conoció virtualmente, vio la oportunidad de romper ese ciclo de dependencia que tenía con su pareja del momento, en el que también estaba involucrada su mamá. Prácticamente, él se encargaba de los gastos de las dos. A su amiga le prometieron apartamento, lavadora, nevera… Irse con ella sonaba bien y lo hizo. Cuando las dos llegaron a la costa Atlántica colombiana se dieron cuenta de que no había nada de eso. Todo fue una mentira. Su amiga se devolvió a Venezuela, pero ella se quedó. Le salió un trabajo en la emisora Mi Vallenatísima. No le pagaban, pero se quedaba con un porcentaje del dinero que entraba por la publicidad que conseguía. Luego vinieron unos microprogramas y con ello la oportunidad de tener ingresos más fijos.

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