Todas las campañas del régimen lucen idénticas por su ingeniería electoral, el descontrolado empleo de los recursos públicos y las promesas más insólitas. Como candidatos en campaña, no hay diferencia entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Ambos ejercieron, simultáneamente, tres roles: dos funciones constitucionales: la jefatura del Estado y la del gobierno; y la otra, inconstitucional: la de candidato oficialista que goza de un ventajismo sin precedentes en la Venezuela de los siglos anteriores. Esta mezcla asombrosa de las tres funciones pone a todas las televisoras y emisoras radiales de carácter público al servicio del candidato a la reelección. Ni una pizca de sano equilibrio les es permitido desde Miraflores, consagrando de esta manera, el monopolio de la imagen y la palabra.
Desde 1998 no hay elecciones realmente competitivas en nuestro país. Pasaron muy pronto a ser semicompetitivas y nada competitivas, como las presidenciales de 2018, por ejemplo. El esfuerzo de la auténtica oposición a favor de las mejores condiciones electorales?lo cual es otro esfuerzo?, se ha convertido en una formidable campaña por la democracia y la libertad. La nominación misma de Edmundo González como abanderado presidencial de los mayoritarios sectores sociales del país, fue y es su insustituible aval. Esta es la paradoja que subyace respecto a la manía del gobierno por dominar todos los espacios: suscita una fuerte resistencia y se pone en evidencia frente a todo el mundo.
Que el candidato oficialista predomine en todo el tarjetón, hace más que patente una arbitrariedad que genera molestia, irritación e indignación. Es una expresión de un inmenso clientelismo político que contrasta con el demoledor testimonio de tres tarjetas opositoras. Las caravanas presidenciales y las de sus adeptos no se comparan con las de los opositores que, sin recursos y solo con la bandera unitaria, asisten para manifestar su apoyo, con deseos de cambio y de retornar a una democracia más equilibrada que devuelva la sustentabilidad económica y la prosperidad social.
Esta particularidad a la cual hemos llegado para el proceso electoral del 28 de julio, nos demuestra lo atípico que ha sido y será este proceso en los días que nos quedan de campaña electoral, solo utilizando las pocas herramientas que nos quedan a la mano: el boca a boca, las redes sociales y las visitas de los sectores políticos y de los ciudadanos que titánicamente van de casa en casa enseñando a votar en cada una de las comunidades. Aplicando una educación electoral que brinde herramientas a los ciudadanos, para que tengan al alcance de su mano la información necesaria para ejercer de una manera responsable, consciente y democrática el derecho al voto, en este desigual proceso.
La educación electoral no es más que enseñar las diversas formas de participación popular en una democracia, siendo el voto la acción fundamental que organiza y constituye a un gobierno desde la decisión ciudadana. Nuestra función en este proceso venidero es ayudar al ciudadano que no tiene las herramientas, ni el conocimiento y, además, contrarrestar la desigualdad que genera el ente electoral en su verdadera tarea: organizar elecciones de calidad, libres y justas. Desigualdad que se ha generado en todos los poderes públicos por parte de este régimen por más de 20 años, al tratar siempre de desmotivar la participación electoral. Sin embargo, nuestra participación ha consistido en insistir, resistir y persistir para ayudar en esta educación ciudadana y ayudar a los ciudadanos a mantener el optimismo, la esperanza y la actitud positiva ante el trabajo que tenemos enfrente.
IG, X: @freddyamarcano