Datong, China
Un país tan populoso y tan extenso como China presenta innumerables joyas por descubrir. Para develar una de ellas, me movilizo hasta el centro norte del gigante asiático. Tomando como epicentro a la ciudad de Datong, me desplazo más o menos una hora y media en un transporte público hasta llegar a Heng Yang, una de las cinco montañas sagradas de toda China, la que, al igual que las otras, es objeto de peregrinaje, en especial para aquellos que practican el taoísmo y el budismo. Situado en la provincia de Shanxi, el Monte Heng es la más alejada de las montañas sagradas. Si bien su lejanía conlleva a que su importancia religiosa sea un poco menor, tiene a su favor que su superficie se encuentra menos expuesta a la moderna comercialización que existe en las otras, y un claro ejemplo de ello es que no existen hoteles ni alojamientos, ni en la montaña ni en los alrededores.
Por infobae.com
Después de pasar por la taquilla de ingreso y abonar veinte dólares, me enfrento con una pared rocosa natural interminable que se muestra bien vertical, un muro de cientos de metros, en cuya superficie advertimos una construcción que, colgada en lo alto, al instante llama la atención, desafiando a la gravedad y al paso del tiempo. Es la principal atracción de la montaña, un espectacular templo colgante, que se encuentra nada menos que a setenta y cinco metros respecto del nivel del suelo y que fue construido hace más de mil quinientos años. Mucho tiempo atrás, los wei del norte, que gobernaron en el norte de China entre el 386 y el 534, fueron los primeros en instalarse en este lugar, pero se encontraron con que el río Hang arrastraba sus viviendas. Así fue que tiempo después, durante la dinastía Jing, se levantó el complejo actual, que hoy en día consta de cuarenta pabellones que ocupan cavidades y cuevas naturales, comunicadas entre ellas con puentes y pasarelas, albergando divinidades confucianas, budistas y taoístas, hechas en piedra, hierro y bronce. Al verlas desde abajo, las estructuras suspendidas en la pared transmiten una sensación de aparente fragilidad, hecho que contrasta con su longeva permanencia a través de los siglos, siendo en la actualidad visitadas por los practicantes de las religiones en ellas expuestas y por turistas que llegan a hasta este sitio alejado de las grandes ciudades.
Ascendiendo a través de empinadas pendientes llego al acceso del remoto monasterio, que brota como una saliente del acantilado oeste del desfiladero. Erigido en el año cuatrocientos noventa y uno, ha permanecido a lo largo de las décadas, siendo mantenido y reconstruido en diversas oportunidades, especialmente durante las dinastías Ming y Qing. El día que elijo para recorrerlo presenta un clima bastante inhóspito, situación que ayuda a que la visita sea más tranquila, sin gran cantidad de personas. Ya en el templo, mirando hacia el vacío, tomo conciencia de la increíble estructura sobre la cual me estoy desplazando a través de angostos pasillos y múltiples escaleras que comunican los diferentes niveles. A medida que avanzo, distingo algunos detalles ocultos. Por ejemplo, muchas columnas de madera, que aparentemente sostienen al edificio, no tienen en realidad función estructural e inclusive fueron agregadas tiempo después para dar una mayor sensación de seguridad, porque quienes arribaban no se animaban a subir. La estructura está unida a la pared vertical a través de una serie de vigas en voladizo hechas en roble, empotradas en huecos cincelados en la dureza del acantilado, trasladándose de esta manera todo el peso a la roca que da forma a la montaña. Su particular geografía ha llevado a que el templo sea considerado una de las diez estructuras religiosas más extremas del mundo. Tampoco su ubicación es casual, ya que el emplazamiento en lo alto del acantilado buscaba protección ante las crecidas del río, las lluvias, la nieve y los rayos del sol.
Pero también el interior tiene su atractivo. Una sala exhibe a los fundadores de las tres principales religiones de China; Lao Tsu, Confucio y Sakyamuni Sidharta Gautama, pioneros del taoísmo, el confucionismo y el budismo, todos ellos pregonando sus religiones entre los siglos V y VI ac; muchos otros espacios también muestran objetos, y de hecho en el templo pueden encontrarse más de ochenta estatuas, construidas con una técnica especial que las hacía huecas y resistentes, con el fin de no agregar kilos a la estructura general.
Miro hacia abajo y no puedo dejar de sentir admiración por la construcción que me permite observar desde lo alto la profundidad del valle. Imagino a un grupo de personas, hace más de mil quinientos años, colgadas de alguna manera del acantilado, perforando con paciencia la dureza de la roca para instalar los primeros soportes sobre los cuales crecería luego el resto de la estructura. Cierro los ojos y los imagino resistiendo tempestades, o apreciando desde arriba con temor alguna crecida fuera de lo común del río.
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