Un cercano ejemplo, Marcos Pérez Jiménez, perseguidor contumaz de sus oponentes, es reconocido por importantes y necesarias obras públicas: hospitales, acueductos, escuelas, sistemas de riego, carreteras, autopistas, que cambiaron positivamente la fisonomía del territorio.
Antes, Juan Vicente Gómez, déspota primitivo, reminiscente del Tirano Banderas del novelista Valle Inclán, represor feroz, hizo mérito por haber erradicado el azote decimonónico de caudillos y gamonales, y por institucionalizar la carrera militar.
En Chile, Augusto Pinochet, dictador sanguinario, se propuso rescatar la economía del desastre heredado del gobierno socialista, si bien fracasó en su primer intento, logró luego enmendar su programa neoliberal y sentó las bases para el posterior “Milagro Económico Chileno.”
En Colombia, la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en importante medida sirvió para devolver la paz a una sociedad sumida en violencia incontrolable luego del infausto “Bogotazo” de 1948. Su imagen es hoy respetada en toda Colombia.
Pero hay otras dictaduras cuyo desempeño es exclusivamente funesto en todos los órdenes. En esta categoría hay una que se alza con la medalla de oro por su ininterrumpida capacidad devastadora ejercida durante un cuarto de siglo. Además de corrupta y brutalmente represora, anuló el aprovechamiento de una inmensa riqueza petrolera, redujo en 75% el tamaño de la economía, degradó la educación, la salud y los servicios públicos, elevó la pobreza a 90%, envileció a la fuerza castrense, provocó el mayor éxodo en la historia del continente… Carente, en absoluto, de una sola realización positiva a exhibir, no obstante, hace impúdica campaña para solicitar el voto de la sociedad que arruinó.