Desde hace días ya, pero cada día más, las salas situacionales dependientes de los brazos del pulpo estatal deben andar enloquecidas revisando números y escenarios, propios y ajenos, incluidos los nuestros, escribiendo memos, algunos honestos y otros maquillados para no disgustar a sus jefes, y haciendo recomendaciones, algunas realistas y otras infantiles, sobre qué hacer. Lo que hará el gobierno será siempre incierto porque va a depender de la información que manejen los principales decisores, de cómo interpreten esa información y de las decisiones que una multiplicidad de actores, que no siempre estarán de acuerdo, tomen en las próximas horas y días, bajo la presión de circunstancias excepcionales para todos, considerando que una cosa es lo que quieren y otra, muy disitnta, lo que pueden hacer.
Por Benigno Alarcón
Del lado de la oposición, que hoy incluye a tres cuartas partes del país que quiere un cambio de gobierno y de sistema, democracia y un nuevo modelo político, social y económico, predecir luce mucho más sencillo. La gente votará masivamente por el cambio y un porcentaje muy importante de los que votarán, y también de los que no lo harán porque no pueden, se involucrará de multiples maneras al proceso, desde ayudar a los que no pueden trasladarse a los centros o no saben dónde votar, a los que pasarán largas horas en las colas, o a los testigos que pasarán el día vigilando las mesas de votación, hasta involucrarse en las auditorías públicas para contar los votos y exigir el respeto por los resultados en cada mesa de votación a lo largo y ancho del país.
Evidentemente, como sucede en toda situación estrátegica, caracterizada por la competencia entre actores que persiguen ganar un juego, una elección o una batalla, no se gana hasta que se gana, por lo que es predecible que tanto el gobierno como la oposición intenten todo lo que estén en capacidad de hacer hasta el final, por lo que el juego no termina con el cierre de las mesas de votación, sino que “termina cuando termine” con un resultado que sea aceptado, lo que implica una victoria legítima y sin cuestionamientos.
Un resultado cuestionado como el que ocurrió en 2013 cuando Maduro se impuso a Capriles, supuestamente, por apenas unos 200.000 votos, sin discusión ni derecho a pataleo, no es un escenario posible 11 años después porque la actitud del venezolano, que cree que un cambio de gobierno es importante y depende de todos nosotros[1], es radicalmente distinta, y ni hablar de la actitud del actual liderazgo dispuesto a jugárselo todo en lo que ha sido una “campaña admirable” y será una “batalla electoral” sin precedentes en la historia del país.
Considerando la realidad actual, moldeada por unas tendencias que están hoy más que consolidadas, y a riesgo de las críticas que algunos harán a este artículo que considerarán sesgado e impropio de un analista honesto, que es lo que siempre he pretendido ser, nos atrevemos a predecir, desde el conocimiento que tenemos del país, tras muchos años recorriéndolo, analizándolo y estudiándolo, que el 28 de julio tendremos una elección que no será un evento electoral convencional sino la canalización pacífica de la expresión de un gran movimiento, de una revolución social por un cambio democrático. En él participarán, cuando menos, las tres cuartas partes del país que, desde muy temprano, colmarán los centros de votación, lo que implicará que veremos largas colas de votantes, y mientras más largas las colas más preocupadas estarán las salas situacionales de Miraflores y de otras instancias que, como sucede con los GPSs, estarán recalculando escenarios y rutas estratégicas durante todo el día, para llegar a la conclusión de que todos los caminos conducen, inevitablemente, a la derrota del gobierno en las urnas y al triunfo de los demócratas.
Si me equivoco en mis predicciones, aceptaré, humildemente, que mi sesgo democrático y el deseo por ver un cambio en mi país se impuso sobre el buen criterio que debe privar siempre en las preferencias de un analista, que nunca debe ser optimista ni pesimista porque, pese a las ventajas psicológicas de ser optimista, una u otra actitud constituyen sesgos para un buen análisis.
Hechas las aclaratorias de rigor sobre mi posición, creo que el gobierno, al igual que yo, está consciente de la muy alta probabilidad de este escenario e intentará todo lo que esté en sus manos para evitarlo, incluida la aún posible eliminación de la tarjeta de la Unidad, que concentra hoy más del 70% de la intención de voto de la oposición; la inhabilitación judicial del candidato Edmundo González; la suspensión de la elección; los atentandos contra la líder María Corina Machado o el candidato Edmundo González; además de todo lo que se podría hacer el mismo día de la elección.
La realidad es que si nada de esto ha pasado hasta ahora, no es porque no haya la disposición a intentar cualquier cosa, sino porque en los cálculos del gobierno, y también en los nuestros, cualquier intento por quitar a la oposición de la carrera electoral destruye la utilidad legitimadora de la elección, lo cual hace que tener o no la elección el próximo domingo 28 sea lo mismo, sería una elección inútil, lo que además de eliminar cualquier ápice de reconocimiento a los resultados y al presidente electo, se traduciría en más sanciones, mayor aislamiento internacional y en la apertura de una caja de Pandora de la que puede salir cualquier cosa menos la gobernabilidad, el reconcimiento y la legitimidad que Maduro buscaba y necesitaba de esta elección.
La suspensión de la elección, como estoy seguro de que el gobierno sabe, tampoco servirá de mucho, sino que agravaría su situación para el momento en que, más temprano que tarde, se vea obligado a reprogramar un nuevo proceso al que todos asistiríamos, como en Barinas, conscientes de su derrota.
Queda entonces todo lo que se intentará hacer el mismo día de la elección, a lo que tampoco le auguró mayor éxito. Entre las cosas que se especula podrían ocurrir está el entorpecimiento del proceso (operación morrocoy) en los centros de mayor volúmen de votantes y en donde gana tradicionalmente la oposición. Veo difícil que la gente, conociendo lo cerca que está de un anhelado cambio político, abandone las colas porque sean largas o lentas. Creo que la gente, consiciente como está ya de esta posibilidad, irá preparada para pasar una larga jornada en la calle. Al final del día este es un país acostumbrado a las colas, y de esta cola dependerá que tengamos que hacer menos colas en el futuro. Ese día seguramente veremos al ingenio del venezolano arreglándoselas para hacer el proceso más llevadero. Tendremos gente apoyándose solidariamente, a otros llevando sus maracas y sus cuatros, e incluso a otros jugando una partidita de dominó, etc. Y por supuesto no faltará quienes hagan presión sobre los responsables del manejo de los centros para que se respete el derecho de la gente a votar.
Cabría también esperar que en algunos lugares, excepcionalmente, se trate de asustar a los electores, como se hizo durante la Primaria, para que la gente abandone las colas y se retire de las calles. Pero, al igual que sucedió en ese proceso, si la gente se retira de los centros por alguna amenaza puntual, no pasará mucho tiempo antes de que retornen para retomar sus puestos en la cola. Tretas como estas, lejos de asustar a la gente exacerbarán la indignación y la decisión de hacer lo que haya que hacer para votar y materializar un cambio.
Sin el ánimo de ser exhaustivo porque las posibilidades son infinitas, otro momento crítico puede presentarse al momento del cierre del centro que, según el reglamento emitido por el Consejo Nacional Electoral (CNE), debe ocurrir a las 6pm, al menos que haya gente en la cola, previa autorización del ente electoral, bien porque se pretende cerrar el centro habiendo votantes en la cola “porque no se tiene la autorización del CNE” o bien porque se pretende extender su tiempo de cierre, como se ha hecho en el pasado, para remolcar bajo amenaza a electores que no han votado por el gobierno. Para ser franco, ninguno de estos trucos creo que funcione para cambiar los resultados debido a que la brecha a favor de la oposición es muy grande, entre 20 y algo más de 30 puntos porcentuales dependiendo de los niveles de participación, y porque es difícil imaginar a un funcionario del Plan República o del CNE, que padece las mismas penurias que el resto de la población, confrontando a los electores que no han votado y a la gente que estará a las puertas del centro para impedir que quienes han estado por horas en la cola ejerzan su derecho. Asimismo, en el caso contrario, el de mantener el centro abierto para remolcar a la gente que no haya votado, es muy probable que, como sucederá con quienes votaron voluntariamente, dos o tres de cada diez voten por Maduro mientras cinco o seis lo hagan por Edmundo González Urrutia.
Tras el cierre de las mesas que, por los predecibles retrasos, intencionales o no, no serán muy disímiles, nuestras mediciones dicen que un volúmen muy importante de personas estarán a las puertas de los centros para ejercer su derecho a presenciar las auditorías públicas y saber quien ganó en su mesa de votación. Y en la medida que ello ocurra, las redes sociales comenzarán a inundarse de mensajes, fotos y contenidos relacionados con los resultados de lo que pasó en cada centro y, aunque la gente de a pie no tenga cómo realizar una totalización de votos, las tendencias se harán evidentes y todos sabrán, con más o menos precisión, hacia dónde se inclina la balanza electoral, y las calles se llenarán de millones de personas que saldrán a celebrar.
No pasará mucho tiempo después del cierre de un pequeño pero representativo porcentaje de centros, gracias a la trasmisión electrónica de los resultados, para que tanto en el Consejo Nacional Electoral como en Miraflores, y otras instancias gubernamentales, comience a debatirse la decisión entre reconocer los resultados, que la oposición y la comunidad internacional también conocerán gracias a sus propios sistemas de verificación, o intentar desconocerlos y abrir una caja de Pandora que solo se cierra, para bien o para mal, por la fuerza, y que en muy pocas ocasiones termina con resultados favorables para quienes intentan imponer un fraude porque, independientemente de lo que se decida, como decíamos antes, nadie hace lo que quiere sino lo que puede, como el récord de las transiciones políticas electorales nos enseña.
No quisiera cerrar este artículo limitándome a exponer lo que hoy considero el escenario más probable, sino, ahora si apartándome de lo que los indicadores, las encuestas y las tendencias dicen, con lo que como venezolano deseo. Deseo que el 28 de julio cierre, no con una escalada del conflicto en las calles, sino con el reconocimiento del resultado legítimo de un proceso que será histórico, un resultado que sea aceptado por todos, y con una gran celebración nacional que sea el punto de partida para un nuevo comienzo. Quisiera que las instituciones del Estado, desde el CNE hasta la Fuerza Armada, sorprendan al país con una respuesta dada desde la neutralidad institucional que corresponde a su naturaleza y al mandato constitucional. Quisiera ver a un país celebrando y abrazándose en las calles, sin estar pendiente de quién lleva puesta una franela blanca, roja, azul, amarilla, verde, naranja o vinotinto. Quisiera ver a los presos políticos salir del Helicoide, o de donde estén, esa misma noche para abrazar a sus familias y unirse a la celebración. Quisiera ver a policías y militares ponerse del lado de la gente y unirnos todos en un abrazo que se convierta en el primer acto de un hermoso proceso de reconciliación y reconstrucción nacional.
¡Que Dios nos acompañe y bendiga a Venezuela!
Artículo publicado originalmente en PolítikaUCAB