Una semana después del proceso electoral destinado a decidir quién sería el próximo presidente de Venezuela a partir del diez de enero del 2025, la mayoría de los venezolanos viven con la impresión de que están presenciando una película que ya habían visto en el pasado con personajes, diálogos, argumentos y escenografía conocidos, de que nada ha cambiado, y de que la pesadilla continuará hasta no se sabe cuándo.
Aunque es pronto para sacar conclusiones, los últimos acontecimientos que han llevado a que los países del área, así como a aquellas potencias con intereses geopolíticos en Venezuela, empiecen a tomar partido a favor o en contra del gobierno de Maduro y de los resultados anunciados hasta ahora por el Consejo Nacional Electoral, no presagian un panorama diferente al de lo que va de siglo en la tierra de Bolívar, lleno de dudas y de cuestionamientos cada vez que hay elecciones, protestas y manifestaciones callejeras, violencia y odio dentro de una sociedad abierta como era la venezolana, y dividida y polarizada hasta que la hicieron explotar. Es así como hemos podido ver a un grupo mayoritario de países de América y de Europa, encabezados por los Estados Unidos, reconociendo a Edmundo González, el candidato opositor, como el presidente electo, mientras que otros como Rusia o China reconocían, por el contrario, a Maduro como el triunfador, al tiempo que en Iberoamérica países como Brasil, México, Colombia o Bolivia, con una posición similar, pedían esperar a que se presentaran las actas oficiales del escrutinio, aún sin mostrar por aquel organismos electoral, y se confirmara el triunfo de Maduro. Se trata de los mismos que junto a varias islas del Caribe se abstuvieron o votaron en contra para que no se aprobara una resolución de la O.E.A., con similar propósito, que conminaba al gobierno de Nicolas Maduro a la pronta publicación de esas actas con los resultados oficiales definitivos.
De manera que los Estados Unidos, hizo lo mismo que en el 2018 cuando desconoció, al igual que lo hizo la mayoría de los miembros de la Unión Europea, el tinglado electoral montado por el gobernante venezolano para convocar y efectuar unas elecciones presidenciales extemporáneamente y sin la participación de los partidos de oposición tradicionales que, por supuesto, ganó sin tener competencia. La única diferencia, y no es pequeña, radica en que en aquella ocasión la comunidad internacional había advertido que unos comicios realizados de esa manera carecerían de validez y que sus resultados no serían convalidados, mientas que en los efectuados el pasado domingo 28 de julio si bien había el auspicio y conformidad tanto de la potencia del norte como del resto de los países del continente americano y de la propia comunidad europea, las maniobras del régimen para inhabilitar administrativamente candidaturas como la de la líder de la oposición María Corina Machado o rechazar la observación de personalidades extranjeras y de organizaciones internacionales el día de las elecciones le dio una opacidad a todo el proceso comicial que alcanzó su punto más oscuro y definitivo en la madrugada del 29 de julio con el anuncio por parte del presidente del organismo electoral venezolano de los resultados, cuando todavía faltaba un 20% de los votos por escrutar y aritméticamente el resultado era reversible, declarando ganador al actual presidente Nicolás Maduro.
Si en algo está de acuerdo hoy en día la comunidad internacional con respecto a la presidencia de Maduro, no obstante, de que una buena parte de ella lo calificó en el 2019 de usurpador, es en que su período de seis años termina el diez de enero del 2025 y de que países como Estados Unidos disponen de cinco meses para desplegar toda su estrategia con el fin de convencerlo de que entregue la presidencia y abandone Venezuela. Pero casi medio año es mucho tiempo en política y soy de los que piensan que cualquier cosa puede suceder, incluso que Trump gane la presidencia el próximo noviembre y la administración de Biden no pueda alcanzar su cometido de sacar a Maduro, con cuyo gobierno, por cierto, mantiene pingües contratos petroleros, más allá de las sanciones impuestas. Entonces todo sería como volver al pasado, al año 2019 más concretamente, cuando siendo Trump presidente de los Estados Unidos auparon al entonces joven presidente de la Asamblea Nacional venezolana Juan Guaidó para que se convirtiera en el presidente de Venezuela con carácter interino, con el fin de ponerle fin a la usurpación de Nicolás Maduro y de llamar a elecciones. Algo como ya sabemos que nunca sucedió, y que más bien contribuyó con esa dualidad de presidentes e instituciones a que se atornillara en la silla presidencial en la que tambaleaba.
Por eso, hay quienes piensan, entre ellos yo, que tal como se perfilan los acontecimientos y salvo que haya un giro inesperado de última hora de naturaleza militar, la desafortunada circunstancia de que se produzca en Venezuela un nuevo escenario tipo Guaidó, y que algunos llaman ya Guaidó II, con Edmundo González Urrutia como presidente electo en la sombra, a la espera de su juramentación constitucional el próximo 10 de enero, y el reconocimiento como tal por parte de Estados Unidos, países hispanoamericanos y la UE, más que una probabilidad es una realidad, que espero, de darse, tenga una solución más feliz, eficaz y positiva que la anterior, tanto para Venezuela como para todos los venezolanos.