La resistencia ucraniana ante la invasión rusa sigue traspasando las líneas rojas del Presidente Vladimir Putin. La incursión relámpago de Kiev en Kursk, en el oeste de Rusia, este mes atravesó la línea más difícil de todas -un ataque terrestre directo a Rusia-, pero la respuesta del líder del Kremlin ha sido hasta ahora sorprendentemente pasiva y apagada, en marcado contraste con su retórica al principio de la guerra.
Robyn Dixon
El primer día de la invasión, en febrero de 2022, Putin advirtió de que cualquier país que se interpusiera en el camino de Rusia se enfrentaría a consecuencias “como nunca habéis visto en toda vuestra historia”, una amenaza que parecía dirigida a los países que pudieran armar a Ucrania.
Si la integridad territorial de Rusia se viera amenazada, “sin duda utilizaremos todos los medios a nuestro alcance para proteger a Rusia y a nuestro pueblo”. Mesés después aseguró que “no es un farol”.
“Los ciudadanos de Rusia pueden estar seguros de que la integridad territorial de nuestra Madre Patria, nuestra independencia y nuestra libertad estarán garantizadas -lo subrayo de nuevo- con todos los medios a nuestra disposición”, haciendo una clara referencia a las armas nucleares rusas.
Pero el zarpazo de Ucrania a las defensas rusas en la primera invasión extranjera desde la Segunda Guerra Mundial puso de manifiesto los defectos militares de Rusia y dejó al descubierto las aparentemente ilusorias líneas rojas de Moscú.
Ahora algunos vuelven a cuestionar la pieza central de la estrategia de Washington para Ucrania: un suministro lento y calibrado de armas para evitar una escalada de las tensiones con Rusia que, según los críticos, ha echado por tierra las posibilidades de Kiev de expulsar a los invasores y ha dado lugar a una guerra de desgaste con un gran número de bajas.
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