José Guerra: La Revolución no existe

José Guerra: La Revolución no existe

En mayo de 1982 fui a Nicaragua después de un tortuoso viaje desde San Antonio del Táchira a Cúcuta y de allí a Medellín donde tras un inconveniente con el DAS, la policía política, tres que viajamos juntos, logramos llegar a Managua. Un par de años antes el dictador Somoza había huido  y una Junta Revolucionaria se había encargado del gobierno, integrada por Tomás Borges, los hermanos Daniel y Humberto Ortega, Sergio Ramírez entre otros. Observé un país desolado pero esperanzado. Los venezolanos éramos bien vistos por el apoyo que había proporcionado Carlos Andrés Pérez a la caída de Somoza y la protección a Costa Rica.

Como ya han pasado cuarenta y dos años de ese episodio, se puede contar aspectos del mismo, los otros me los reservo.  Viajamos Ali Rodríguez (Fausto, Goyo) y yo por un lado y por el otro Roy Daza (Joe), con quien compartía un apartamento en Los Paraparos de La Vega. En Managua nos encontramos con Julio Chirinos (El Cabito, Yuri), ahora funcionario venezolano destacado en Cuba hace mucho tiempo y con otra persona cuyo nombre no debo mencionar. Detrás de la emoción de la revolución había algo incómodo para mí y era el hecho de que todo aquel que criticara al gobierno, lo tildaban de contra revolucionario. Con unos veinticuatro años y habiendo estado en la FCU de la UCV donde privaba el debate, ya percibía una deriva autoritaria, contraría a lo que yo inocentemente creí que era una revolución. Años después y actualmente, Nicaragua está igual o peor que cuando Somoza, en manos del dúo Daniel Ortega-Rosario Murillo, marido y mujer, que literalmente son los dueños de ese empobrecido país.

El 17 de febrero de 1983 se realizaría un congreso en Cuba sobre política y economía internacional y como yo estudiaba cuarto año de economía, Ali Rodríguez me dice que el embajador de Cuba, Norberto Hernández Curbelo, tenía unas invitaciones y que una era para mí. Efectivamente viajamos el doctor Eduardo Gallegos Mancera del PCV, un ser encantador, Franco Silvio del MIR, Francisco González de la Liga Socialista  y yo. Ese viaje coincido con el derrocamiento de  Maurice Bishop en Grenada y con el control de cambios decretado por Luis herrera. Sobre ello fui invitado a la sede de una comisión de economía en la sede del Comité Central del PCC para discutir esa medida del presidente Herrera. Me quedé en el sitio al ver la cantidad de información que el gobierno cubano tenía sobre Venezuela, donde contaba con informantes por todas partes, inclusive en AD y COPEI. 





Ya había completado mi formación básica en teoría económica marxista que se impartía en la UCV hasta el tercer semestre y también en la teoría neo clásica de los precios y en macroeconomía keynesiana y podía entender los asuntos económicos con una mejor perspectiva. De La Habana me impactó la escasez que los burócratas  explicaban por el bloqueo, cuento no creí porque lo que sucedía era la vigencia de un control de precios y de cambio brutal. Encontré a un país regimentado por la Unión Soviética y un pueblo enmudecido. Por cierto, yo estaba leyendo La Nomenclatura, los Privilegiados en la URSS de Michel Voslensky y El Desafio Mundial de JJ Servan Schreider, un best seller de 1983. Ali y yo intercambiábamos libros y me dijo no te lleves el libro la Nomenclatura para Cuba, no le hice caso y me llevé mi libro para leer durante el vuelo, a través de Panamá.

Encontré a La Habana una ciudad sucia, envejecida donde el tiempo parecía haberse detenido y eso que en los Ladas del PCC nos llevaban a los mejores sitios de la ciudad. En la Heladería Copelia donde fluía la gente para hacer una cola de cientos de metros para comerse un helado de mala calidad, lo jóvenes no hablaban de política cuando uno los inquiría, sino del mercado negro y la búsqueda desaforada de dólares para salir de la isla. Me dije, hasta aquí llego yo con este mito de la revolución socialista, cuestión que reafirmé en el Tropicana donde la elite del PCC se daba la gran vida como los jerarcas de Batista en el llamado burdel de América. 

El 4 de febrero de 1992 me encontraba en Estado Unidos estudiando un posgrado gracias a una beca que obtuve del Banco Central de Venezuela donde trabajaba. A la una de la madrugada sonó el teléfono y me avisaron de la asonada militar contra Carlos Andrés Pérez. Instintivamente dije, este tiene que ser un golpe desde la izquierda revestido de bolivarianismo porque CAP estaba ejecutado un programa de corte liberal en materia económica. El tiempo me dio la razón. Al regresar a Venezuela en julio de 1993, Ali Rodríguez me dice, ven para que te incorpores en el programa de gobierno de Andrés Velásquez, cosa que  hice con mucho gusto porque yo también estaba muy descontento con los gobiernos recientes  de AD y COPEI.  

El gobierno de Caldera me parecía un desastre, pero cuando leí y vi las propuestas de Chávez a mediados de 1998, en mi sonaron las alarmas. Mis grande  amigos de la vida todos menos uno estaban cautivados por Chávez. Yo, funcionario con una carrera ascendente en el BCV, reflexioné y acordé no meterme en ese experimento porque veía en aquello la izquierda que nunca reflexionó sobre fiasco del socialismo real y además porque no me simpatizaba el excesivo elemento militar en la política. Me motivé a escribir un artículo en octubre de 1998 titulado La Caída de la Primera República, inspirado en escritos de Santos Michelena, donde se explicaba cómo la alta inflación había acabado con esa república, al imprimir dinero de la nada para financiarse. El mismo pueblo clamaba por la vuelta del dominio de los realistas ante la ruina que padecía. 

Ya con Chávez en el gobierno, me refugié en mis cuarteles de invierno en la Gerencia de Investigaciones Económicas del BCV y en la UCV donde había ganado un concurso como profesor en septiembre de 1993, con actividad política de bajo nivel, aplicando la máxima de Betancourt cuando dijo, algunas veces es tiempo de la biblioteca, no de las trincheras. Me activé con fuerza cuando Chávez pisó el acelerador de la revolución y da un viraje hacia el marxismo leninismo estalinismo y  vinieron a mí los retratos mentales de Cuba y me dije esto no es lo quiero para Venezuela. Aquella injerencia cubana en Venezuela que Betancourt detuvo en seco en 1962 se estaba haciendo realidad con el régimen de Castro  expoliando a Venezuela. Pero más allá de ello, era el concepto mismo que revolución  socialista  que por la teoría y la práctica para mi había dejado de existir. Ya con Maduro lo que era un indicio se transformó en prueba y la revolución adquirió el verdadero rostro que estuvo oculto.