El expresidente de Perú, Alberto Fujimori, muerto hoy a los 86 años tras una larga enfermedad, se exilió en Chile en noviembre de 2005 en un rocambolesco episodio de la historia sudamericana que sorprendió al Gobierno chileno y causó un quebradero de cabeza en un momento de tensión diplomática bilateral.
Sin previo aviso, según los cables y teletipos de la época, “El Chino” aterrizó a las 14.30 horas local en un vuelo privado proveniente de Tokio que había hecho escala previa en Mexico junto con otras tres personas: su asistente personal, Nagato Kusataka; Arturo Makino Miura, amigo de los hijos de Fujimori, y el peruano-norteamericano Jorge Béjar, periodista y amigo de juventud del hombre que había dirigido con mano de hierro Perú durante una década (1990-2000)
Sorprendidos, y sin saber la identidad de los cuatro pasajeros del Bombardier Global Express, efectivos de seguridad del aeropuerto Arturo Merino Benitez lo trasladaron a la zona ejecutiva, reservada a las autoridades y los famosos, donde se le procedió a timbrar los pasaportes, un tramite que apenas demoró media hora.
Casi una hora después, el mandatario viajaba tranquilo en un auto de alta gama al hotel Marriot, donde sus ayudantes en Chile habían reservado varias habitaciones, feliz de que su plan había funcionado.
Pero la bomba diplomática no tardó mucho en explotar. Funcionarios de la Policía de Investigaciones (PDI) juntaron las piezas y montaron el puzzle: sobre el expresidente peruano pesaba una orden de detención.
La noticia llegó también al embajador de Perú en Chile, José Antonio Meier, quien indignado llamó al canciller chileno, Ignacio Walker, y éste no tuvo más remedio que molestar al presidente Ricardo Lagos, quien optó por el refugio de la burocracia.
También fue esa la treta de Fujimori: conocía el sistema judicial de Chile y sus garantías, por lo que previamente había buscado abogados de este país para que dilataran el caso.
Sin embargo, casi desprendido el ocaso, la orden detención se cursó y efectivos de la PDI procedieron a detener al expresidente, quien pasó su primera noche en una suerte de calabozo.
A partir de entonces, comenzó un largo proceso que duró dos años hasta que se produjo la extradición solicitada por Lima. Al principio, “El Chino” estaba vigilado en un pequeño cuarto. pero pronto pudo hacer una vida más normal. Tanto, que hasta se le vio saliendo a pescar en el Pacífico.
Todo acabó la tarde del 17 de septiembre de 2007, cuando volvió al aeropuerto de Santiago, pero esta vez para responder ante la Justicia en su país, que acabó condenándolo a 25 años de prisión por violaciones a los derechos humanos durante su Gobierno, uno de los más truculentos de la historia de Perú.
EFE