Que una dictadura se robe unas elecciones no es nada nuevo. Lo novedoso en este caso fue haberlo demostrado de la forma que se hizo, manteniendo luego la lucha en nombre de la soberanía expresada. Esto se logró gracias a la participación de un candidato insospechado que se atrevió, no solo a hacer campaña junto a la líder María Corina Machado, sino también a desconocer los resultados oficiales para asumir su victoria, rebelándose contra el ente electoral y el máximo tribunal de la dictadura.
Un diplomático al rescate
Estamos hablando de un diplomático retirado que nunca quiso ser candidato, pero que aceptó el reto cuando terminó siendo la última opción después de la inhabilitación de la ganadora de las primarias y la negativa injustificada de permitir la inscripción de una sustituta escogida por ella y los factores de la unidad democrática. A partir de ahí protagonizó junto a la líder una campaña épica, complementándose ambos de una forma inédita, recordando incluso las dinámicas de otras latitudes entre jefe de Estado y jefe de Gobierno.
Este rol heroico de González le mereció una orden de captura de parte de la dictadura que puso en riesgo su vida y la de su familia, lo que derivó en un exilio forzado, no sin antes cumplir con su deber histórico. Porque lo más fácil era aceptar el chantaje de legitimar a Maduro a cambio de una especie de libertad condicional, como sucede en otros países donde la oposición es rehen de un régimen opresor. Este mismo año en Rusia hubo también una elección fraudulenta, solo que allá la oposición apareció al día siguiente abrazada con el dictador en un acto de reconocimiento. Y en Nicaragua sucedió algo similar. Los tres casos tratan de repúblicas absolutas donde se hacen elecciones arregladas que, junto a la persecución política, garantizan la continuidad de una tiranía despótica que viola derechos humanos y gobierna sin límites de ningún tipo.
Que la resistencia democrática venezolana tenga hoy a líderes en situación de cárcel, exilio y clandestinidad, solo demuestra que no se ha rendido y que sigue luchando por la libertad, a pesar de la persecución y el terrorismo de Estado. Ahora se está pagando el altísimo costo de haber ganado la elección y haberlo demostrado, desnudando a un rey que no tiene ningún tipo de legitimidad. Un hito que quizás no sea suficiente, pero que era necesario para seguir soñando con el retorno de la democracia en Venezuela.
Que esto no sea en vano depende en gran medida de la comunidad internacional que no puede poner de excusa capítulos pasados que, en cualquier caso, están más bien siendo reivindicados por los sucesos actuales. Tampoco es suficiente lo hecho en otros casos como el de Bielorrusia y la candidata Svetlana Tijanóvskaya (que también fue víctima de un fraude electoral descarado), porque ahora se trata de un país occidental y de la estabilidad de una región clave para el eje del mundo libre. Es además oportuno y necesario recordar que la participación de la unidad democrática venezolana en esta elección presidencial se debió a las expectativas de garantías generada por Estados Unidos y Europa, en el marco de una negociación que incluyó un relajamiento de sanciones que le permitió a varios países restablecer relaciones con Maduro para hacer negocios. No vale ahora lavarse las manos.
Ojalá Occidente no cometa el mismo error que cometió con Cuba y no permita que se normalice otra tiranía pro rusa en su seno, justo cuando se libra una batalla contra el eje iliberal. Los venezolanos tienen más de dos décadas haciendo su parte y hoy, lo que algunos siguen llamando oposición, es un pueblo y una nación toda que clama libertad y sigue resistiendo contra una dictadura.