El asesino serial de mirada magnética que murió junto a su última víctima y los secretos que se llevó a la tumba

El asesino serial de mirada magnética que murió junto a su última víctima y los secretos que se llevó a la tumba

Bruce Lindahl, autor de varios asesinatos (Grosby)

 

Hay días que convendría borrar del almanaque. Uno de ellos podría ser el 29 de enero de 1953, más precisamente la mañana en la que nació Bruce Everitt Lindahl en Saint Charles, Illinois, Estados Unidos. Porque ese bebé tan lindo y regordete, tan rubio y de ojos color cielo, se convirtió en uno de los asesinos más siniestros de la historia de su país.

Por infobae.com

A pesar de que murió joven, con solo 28 años ya cargaba sobre sus espaldas un historial de horror del que nunca tuvo que rendir cuentas. Porque, como muchas veces ocurre, la policía llegó demasiado tarde a descubrirlo.

Paracaídas y multas leves

Bruce, hijo de Jerome Conrad Lindahl y de Arlene Marie Folkens Haddock, estudió en Downers Grove North School, en las afueras de Chicago, Illinois, y se graduó como electromecánico a mitad de la década del 70. Se dedicó a trabajar como electricista mientras, al mismo tiempo, enseñaba como maestro en Kaneland Vocational School. De esos primeros años se sabe relativamente muy poco de él.

Lo cierto es que era un hombre atractivo físicamente, excelente deportista y tenía muchos amigos con los que deambulaba por bares y boliches. Era bueno jugando al racquetball, pero lo que más disfrutaba Lindahl eran las actividades deportivas con altas dosis de adrenalina como el paracaidismo. Quienes lo conocieron por esos años dicen que tenía una mirada azul magnética y un temperamento sumamente volátil. Uno de sus mejores amigos era un joven oficial de policía llamado Dave Torres. Se conocieron en 1975 mientras practicaban saltos en paracaídas en el Hinckley Parachute Center. Hasta aquí nada demasiado llamativo para contar.

Pamela Maurer tenía 16 años y cursaba el secundario en Downers Grove South School cuando el lunes 12 de enero de 1976, por la tarde, fue a visitar a un amigo suyo a Lisle, un barrio cercano a donde ella vivía. A las 21.45 salió de la casa donde estaba para ir a comprar una bebida al local de McDonalds que estaba a la vuelta. No volvió.

Al día siguiente, martes 13 de enero, un peatón vio una billetera y una identificación tiradas en la esquina de College y la avenida Maple, en Lisle. Muy cerca de donde se había esfumado Pamela la noche anterior. Avisó a las autoridades lo que había encontrado. La policía, sabiendo que la joven de ese documento estaba reportada como desaparecida, fue inmediatamente hasta el lugar. No tuvieron que buscar demasiado. Del otro lado del guard rail, en la banquina y entre matorrales y yuyos, encontraron el cuerpo de Pamela. Los forenses confirmaron lo peor: había sido violada y estrangulada con una manguera de goma que estaba tirada cerca del cadáver. Los especialistas de homicidios sospecharon que el asesino no la había matado ahí y que había arrojado el cuerpo en el lugar para simular un atropellamiento seguido de una huida. Levantaron muestras que resultaron ser de un hombre, pero la ciencia de esa época no tenía las sofisticadas herramientas actuales para avanzar más.

Lindahl tenía por entonces 23 años y era de la zona. Pero ¿por qué alguien pensaría en él? Sin pistas, el crimen quedó irresuelto y las muestras recogidas bien custodiadas.

El amigo policía

A fines de 1976 Bruce Lindahl cayó detenido por primera vez en su vida. Fue por posesión de marihuana. Como no era un adicto a las drogas ni tenía antecedentes, no pasó nada. Después, tuvo un par de detenciones más por temas menores y recibió multas leves. Era joven, se llevaba puesto el mundo y le faltaba madurar. Eso creían.

En 1978 Lindahl se mudó a Aurora, a 32 kilómetros de donde vivía. Ahora estaba más cerca de su amigo policía Dave Torres. En 1979 compró la casa de Dave sobre la avenida Solfisburg. Bajo ese techo ocurrirían los peores crímenes. Vale aclarar que Torres jamás sospechó nada de ese joven intenso con el que salía a tomar cerveza y saltaba por el aire. Solo admitió, tiempo después al enterarse de todo, haber notado que tenía un carácter que cambiaba súbitamente: “Era un tipo agradable, pero con un temperamento iracundo”.

El 6 de marzo de 1979 con el pretexto de venderle marihuana, Lindahl secuestró a Annette Lazar de 20 años. La metió en su auto y luego la introdujo en su casa a punta de pistola. La llevó al sótano, puso música a todo volumen. El tema que sonaba sin parar era Nights in blue satin, de Moody Blues. Siempre con la 9 milímetros apoyada en su cabeza Annette tuvo que entrar al dormitorio de Lindahl. Él le exigió que se quitara la ropa. Luego le arrancó con sus manos la ropa interior. Ella asustada decidió ser amable para evitar algo peor. El sujeto era muy violento. La treta de coquetearle funcionó. Para que la dejara ir le dijo que podía ser su novia y hasta le anotó en un papel su teléfono y una dirección. Salió temblando y fue directo a la comisaría. Los policías desconfiaron de su versión y ubicaron a Lindahl quien les mostró el papel que ella le había dado. Y sacó a relucir su amistad con Dave Torres. Era palabra contra palabra. Le creyeron a él. El testimonio de Annette fue descartado.

Hacia fines de ese año hay más registros de Lindahl atacando y saliendo bien parado. El 22 de diciembre, en el norte de la ciudad, agredió a una mujer de 30 años cuando ella se negó a tener sexo con él a cambio de dinero. Como había testigos, Lindahl optó por huir de la escena. La mujer fue con sus golpes a la policía donde le mostraron fotografías de violadores peligrosos. Ella señaló a uno que era parecido a Lindahl. Pero lo cierto es que su atacante no estaba entre esas fotos que le habían presentado. Nuevamente el verdadero agresor se había salvado.

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