Pero de quien sacó mayor provecho en eso que hoy en día llaman gobernanza, así como en el manejo y manipulación de los hilos constitucionales e institucionales, fue de las experiencias que dejó Alberto Fujimori, quien dirigió el Perú por una década, y falleció recientemente con más pena que gloria y sin que nadie prácticamente se acordara de él. El líder peruano, un verdadero fenómeno político en su tiempo, venido del medio universitario y del pensamiento abstracto donde la política se vuelve incompatible con las matemáticas fue ese intruso de la política peruana que en su campaña electoral se reveló contra el liberalismo que anunciaba Vargas Llosa, aunque después lo aplicó, el que se supo sobreponer al contragolpe de noviembre de 1992, y el que se hizo célebre por su lucha contra Sendero Luminoso y ,sobre todo, por aquella aplaudida imagen, pistola en mano, entrando con un grupo de rescate en la embajada del Japón. Fue asimismo el precursor de esa práctica seguida después por otros, en realidad una estrategia para mantenerse en el poder, de modificar la carta magna con la que había sido electo, con la excusa de que era un estorbo o tenía defectos para realizar la transformación requerida por el país y reclamada por el pueblo, y el que utilizó el autogolpe con el mismo propósito a más corto plazo de afianzarse en el poder. Y es de estos últimos ejemplos, de esas líneas trazadas como si fueran caminos que se pueden recorrer con la seguridad de que hallarás lo que buscas, que Hugo Chávez puso en práctica sin demora alguna las ideas del Chino en 1999, cuando este estaba a punto de marcharse, no sin haber encontrado antes los mecanismos para evitar o corregir algunos errores cometidos por el maestro. Por eso, Chávez convocó una constituyente y cambió de constitución en su primer año de gobierno, postergarlo podía hacerlo más difícil o imposible, cuando toda su popularidad estaba intacta y podía beneficiarse de la cresta de la ola, la del surfista, como bien lo explica Carlos, uno de los personajes de la novela Techos Rojos, en una de sus tertulias de café. Por eso, su nueva constitución aprobada en diciembre de 1999, en la que incluye la reelección continua, entra en vigencia de inmediato, y también por eso convoca a elecciones para finales de julio del año siguiente, el 2000, a diferencia de lo que había hecho Fujimori que luego de interrumpir su primer mandato democrático con la clausura del poder legislativo y la intervención del poder judicial en 1992 prosigue, sin embargo, como presidente ratificado por la constituyente por el resto del periodo, hasta 1995, lo cual no dejaba de ser una contradicción, al estar vigente la nueva constitución promulgada en 1993. Una circunstancia esta, que unida a la interpretación, más política que jurídica, efectuada por el Tribunal Constitucional del Perú, órgano creado por el propio Fujimori, arruinó su reelección en el año 2000 y marcó definitivamente su fin. Y tampoco es coincidencia que haya habido un golpe de Estado, que algunos consideran un autogolpe, en la Venezuela de Chávez, en abril del 2002, que no condujo a un gobierno de emergencia y reconstrucción nacional como el de Fujimori, sino a uno de reafirmación de su gobierno con perseguidos, presos y también una ley de amnistía.
En lo que se diferencian ambos gobernantes es en como terminan, pues mientras Chávez alcanzó su meta reelectoral hasta llevarla al infinito en el 2007 con su segunda reforma masiva de la constitución de 1999, mal llamada bolivariana, y exportó el modelo a otras latitudes como Ecuador y Bolivia, Fujimori vio cómo se malograba dicho objetivo luego de alcanzar la presidencia por tercera vez, forzando el sistema, y de ser destituido.
No obstante, las ironías de la vida llevaron a Fujimori a sobrevivir físicamente a Chávez, por lo que cabe imaginarse que el expresidente peruano durante todo ese largo tiempo que estuvo en prisión haya estado repasando una y otra vez todo lo hecho en esa década en la que la voluntad del Perú fue casi toda suya, y que sentimientos de frustración, de traición, de haberse equivocado, y hasta de envidia e impotencia por lo que luego otros como Chávez, Evo Morales o Correa habían logrado hacer fácilmente y él no, hayan revoloteado en su cabeza y lo animaran a seguir en algún momento de su encierro con la esperanza de que la política quizás le daría otra oportunidad para volverlo a intentar.