Gustavo Gutiérrez, por Luis Barragán

Gustavo Gutiérrez, por Luis Barragán

 

Importante y notable fue el entusiasmo por la teología de la liberación que, además, promovía la revista SIC del Centro Gumilla, acaso, como desenlace natural de una línea editorial de varios años, y las agencias internacionales de noticias que pronto movieron su atención del brasileño Hélder Cámara al peruano Gustavo Gutiérrez. Éste, autor de un libro precursor que gozó de una enorme difusión, ha fallecido recientemente y, por supuesto, lo recordamos con el inmenso cariño de los círculos de estudios de los años de juventud.





Varias veces, nos pareció el sucesor de Jacques Maritain o Enmanuel Mounier para nuestras entusiastas orientaciones ideológicas, pero – a medida que avanzaba la década de los ochenta – no sólo descubríamos que eran varias las teologías, incluyendo la de liberación, sino también que marcamos y supimos marcar una prudente distancia con la tesis original. Y fueron esos modestos procesos de reflexión, sin pretensión académica alguna, solamente en atención al compromiso político militante, los que permitieron apreciar cuánto de hegelianismo y marxismo hubo, por más que hubiese buenas intenciones que las hubo, respecto a los sacerdotes que buscaban una respuesta honesta frente al sojuzgamiento y las injusticias.

Obviamente, la de liberación fue una teología que, acá y más allá, sirvió de instrumento de la izquierda decrecientemente leninista a objeto de acercar a los sectores específicamente católicos, pero igualmente, por aquél tiempo, en el indiviso partido socialcristiano: en un sentido, como se le concebía por entonces, llegó a creerse automáticamente identificada la corriente progresista con la teología en cuestión; y, en otro, quien deseaba llamar la atención, sencillamente la esgrimía, aunque – lo recordamos – hubo un dirigente juvenil por aquellos años de una posición relevante que respondió un cuestionario lógicamente previo de El Diario de Caracas, copiando literalmente un folleto muy conocido en la materia; lamentable, fue el modo que consiguió, o dijo conseguir, para salir de la opacidad por cinco minutos gracias a una pirueta de enfant terrible trastocada en horrible morisqueta.

Pocos, muy pocos de las nuevas generaciones pueden imaginar hasta dónde llegó el debate ideológico en los sesenta que, definitivamente, quedó postrado al ritmo intenso de las bonanzas petroleras. Lo peor es que, en el presente siglo, hemos dado un supuesto salto histórico, o, mejor, hemos sido víctimas de un asalto histórico, sin que haya la más elemental, convincente y sobria definición de socialismo.

Todavía conservamos la primera edición de la obra de Gutiérrez, a quien le tocó vivir las complejidades y los asombros más dramáticos de su país. Y, a pesar de las diferencias, respetamos y oramos por el eterno descanso del padre Gustavo