Los verdaderos terrores de Halloween

Los verdaderos terrores de Halloween

La calabaza, el símbolo del terror de Halloween. (Imagen Ilustrativa Infobae)

 

Hay algo sabio en dedicar un día a los miedos que tenemos y a hacer como que podemos espantarlos. Con calabazas, qué ternura. Hay algo sabio en reconocer que nos acechan terrores; eso lo sabían las culturas antiguas, por eso existe Halloween.

Por infobae.com





Ya saben: hace más de 2.000 años los antiguos celtas -en Irlanda, en el Reino Unido, en el norte de Francia, creían que el 31 de octubre, en la víspera de su año nuevo, el mundo de los muertos se acercaba al de los vivos. Que ahí los espíritus podían volver a la Tierra. Entonces, para ahuyentar a los espíritus malignos, los celtas encendían hogueras sagradas y usaban disfraces hechos de cabezas y pieles de animales.

En el norte, también, terminaba la cosecha y se acercaba el invierno. ¿Cómo no temerle a la muerte, a la desgracia, al dolor? Lo pródigo del verano, la escasez del invierno. Mejor algún conjuro para espantar desgracias.

Hoy es difícil que una mala cosecha nos deje sin alimentos -aunque sí la economía- y por los menos en la Argentina somos minoría los que pasaremos cómodos el invierno: Halloween parece estar en su esplendor. ¿Es porque expresa algo profundo? Digo: que nos deja largar cosas del alma pero también dramas de la vida.

Las del alma: porque aunque tengan un origen concreto esas cosas, se sabe, también hablan de terrores internos. El fantasma del desamparo, el monstruo de la soledad, el demonio del desamor, la bruja de la miseria, el ser extraño de la vejez, el transformer de esa enfermedad que se te mete adentro para destruirte, el diablo espantoso de la muerte, que siempre está en nuestro futuro y -horror- nosotros lo sabemos.

Sin embargo, a decir verdad, el mundo moderno tampoco nos ahorra miedos tangibles. Hace unos días vimos la película Argentina, 1985 -sobre el juicio a las Juntas Militares responsables del terrorismo de Estado- y, al terminar, mi nieto de 12, habituado al género de terror, no podía dormir. Había visto el terror concreto, sin pinturas deformantes ni música de suspenso. Por ejemplo, el terror de una mujer contando cómo parió atada y en el piso de un auto. Ayer nomás, acá nomás.

La escritora argentina Mariana Enríquez se hizo un lugar en la gran literatura de este siglo al entender que no había mejor género que el terror para hablar de lo que había pasado en la dictadura que gobernó la Argentina pero también para hablar de la pobreza extrema, del descuido de los chicos, de la violencia en cualquier vuelta de cualquier esquina. ¿O no vemos a los zombis de la droga zigzagueando por la calle o volcados en la vereda? ¿O no se nos llenó la pantalla del teléfono de la sangre y las mutilaciones de las guerras?

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