Al cumplirse un año del fallecimiento del presidente Chávez conviene hacer un balance de su obra, lo que dijo que iba hacer, lo que hizo y lo que dejo de hacer. No se puede olvidar nunca el comienzo de todo: Chávez intentó un golpe de Estado, con un manifiesto y unas propuestas que de haberse materializado ese golpe hubiese implicado una matanza de civiles y militares, de acuerdo a lo que se conoció después como los primeros decretos redactados por Kleber Ramírez, de lo que serían las primeras acciones del gobierno insurrecto. Inclusive se habló de un Comité de Salud Pública como el creado en los tiempos del terror, con Robespierre a la cabeza, durante la Revolución Francesa.
Pero Chávez dio un viraje y optó por el camino electoral, ganó unas elecciones limpiamente y comenzó a gobernar. Quien esto escribe siempre pensó que Chávez era un socialista de viejo cuño, anclado en el pasado que logró hábilmente cabalgar sobre el ideario bolivariano tan enraizado en el pueblo venezolano. Eso de que Chávez fue evolucionando gradualmente hacia el marxismo-leninismo, no es cierto. Nadie se transforma como lo hizo Chávez si no estuviese convencido de esa ideología. Chávez tenía su propio plan con el cual logró confundir a muchos y engañar a otros. Por eso es que intelectuales de la talla de Ernesto Mayz Vallenilla y Jorge Olavarría apoyaron a Chávez al comienzo.
Entre 1999 y 2001, Chávez aplicó una política económica ortodoxa: bajó el gasto público, mantuvo la banda cambiaria que venía de la administración de Caldera y la política monetaria fue acomodaticia. No hubo restricción a las importaciones ni a los flujos de capital y además no adelantó ninguna expropiación importante. Se encontró en 1999 unos precios del petróleo deprimidos y con un movimiento en el seno de la OPEP contribuyó a que las cotizaciones del crudo se recuperaran, lo que le permitió disfrutar desde ese momento de precios al laza e ingresos fiscales como no los tuvo ningún gobierno en la historia de Venezuela. Esa política económica aplicada ha podido fácilmente ser parte de un programa apoyado por el FMI. La etapa del Chávez ortodoxo se cerró con una economía estancada en 1999 y 2000, con una elevada tasa de desempleo e inflación relativamente baja.
El gran argumento de Chávez fue que la Constitución de 1960 era una camisa de fuerza para gobernar según su plan trazado y el pueblo venezolano le concedió poderes como nunca se los había dado a nadie. Chávez tuvo poderes comparados solamente a los que tuvo Juan Vicente Gómez. El giro en la política económica se comenzó a observar en 2003, una vez derrotado el paro petrolero y se acentuó a partir de 2007 con expropiaciones masivas que llevaron a la reconfiguración del modelo económico de Venezuela. Así, el Estado se fue haciendo con los principales medios de producción y con ello, los problemas ya en ciernes comenzaron a agudizarse y nos trajeron a la crisis que hoy padecemos. Ese modelo propiciado por el Chávez estatista ha consistido principalmente en tres cosas. Primero, el Estado como centro de la acumulación de capital y del proceso de producción y distribución de los bienes. Segundo, un sistema estricto de controles de cambio y precios que han liquidado la producción nacional y fomentado las importaciones. Tercero, la conformación de una nueva oligarquía del dinero en cabeza de negociantes, aprovechadores y beneficiarios de contratos con el gobierno, licencias para importar, colocaciones bancarias y otras actividades financieras que han permitido amasar riquezas de forma relampagueantes que no es posible logarlas con el trabajo productivo.
El modelo requería precios del petróleo sostenidamente al alza para proporcionarle el carburante a un Estado macrocefálico. La primera prueba vino a finales de 2008 y durante 2009 cuado los precios petroleros bajaron sensiblemente producto de la crisis global. El modelo no pasó esa prueba y salió severamente averiado en sus estructuras. Le costó recuperarse entre otras cosas porque la producción nacional estaba diezmada por las importaciones masivas que hacía del Estado con el doble objeto de cubrir el déficit alimentario y de paso acabar con los productores locales. La contabilidad del gobierno de Chávez cierra con una polarización política literalmente irreconciliable, con dos mitades equivalentes, que no le permite a Maduro gobernar ni probablemente a quien le suceda, a menos que se articule una política de rencuentro entre las principales formaciones políticas del país en un espacio de coincidencias mínimas para asegurar la gobernabilidad y un plan de desarrollo nacional. En lo económico la economía está estancada, con una inflación galopante, que bordea el límite de la hiperinflación, una escasez pronunciada como reflejo de la bancarrota de los sectores productivos y además con una caída brutal de las reservas internaciones que propicia devaluaciones sucesivas del bolívar. A ello se añade una deuda colosal que compromete el gasto social y torna inviable las finazas públicas.